miércoles, 15 de febrero de 2012

Las abuelas

El próximo lunes se cumple el primer aniversario del fallecimiento de mi abuela, un referente de vida. Así que hoy le quiero dedicar esta entrada de la mejor manera que se me ocurre, con risoterapia.

He oído monólogos de las madres pero, ¿Dónde quedan las abuelas? ¡Las abuelas son las madres de las madres! ¡La leche vamos!

Lo primero que sorprende es su "mala memoria". ¿Mala? Yo más bien diría selectiva. Recuerdo que lo de mi abuela con los nombres no tenía nombre (
válgame la redundancia). Jamás te llamaba por el tuyo. Para llamarte empezaba a nombrar a tíos, hermanos, primos... TODOS... Antes que el tuyo. Que cuando llevaba 4 pensabas " ¡joder, aunque solo sea por estadística tendría que haber dicho el mío!". Eso si, pregúntale por la telenovela. Te la cuenta entera aunque el argumento sea más difícil que aprenderse la tabla periódica en braille (lenguaje escrito de las personas ciegas). Un poquito de por favor, ¿te sabes el nombre del protagonista, Jorge Javier Ernesto Suarez, y no te puede acordar de Alex??? ¡Venga ya! Eso es roja, ¿no?

Pero particularmente, lo que me parece más divertido de las abuelas es el momento de la comida. Para empezar está la preparación. ¡Cómo cocinan las abuelas! Y ¿Cómo cocinan las abuelas? Por más que lo intentes, tú nunca cocinarás como ella. Ni tú ni tu madre, aunque le
joda. De pequeños, cuando no, nos damos cuenta de las cosas, le decimos a mamá "joooo...  A ti no te queda tan bueno como a la abuela...". Pero cuando te vas de casa y te enfrentas a un plato de macarrones te das cuenta de que tu madre es una máster y tu abuela Diós, con perdón.

¡Unos macarrones! Unos simples y estúpidos macarrones... Que solo hay que hervir el agua, echarlos (¿Cuántos? Un
puñao más por si a caso), escurrirlos y poner tomate y queso rallado (parmesano pa los gourmets).

¡Pues no! Primero, para esa cantidad de macarrones hace falta una olla más grande. Una como la de tu abuela. Una de esas que dejaron de fabricarse durante la guerra (del
peloponés) y que desde entonces se heredan. Una olla dónde podrías bañarte tú y 5 amigos. Una olla que no la hacen piscina olímpica porque es redonda.

Y una vez tienes la olla y los macarrones, solo falta todo lo demás: tomates de la huerta, ajo, orégano, perejil, clavo y todas las hierbas cuyos nombres solo conocen las abuelas y los elfos (que los aprendieron de ellas). Recuerdo que una vez encontramos maría-
juana entre los botes de la cocina de la abuela de un amigo. Enserio. O eso o nos fumamos el orégano más bueno que he probado nunca.

Pero la clave no está en los ingredientes sino en las cantidades. Que llamas a tu abuela para ver cuanta sal había que echar y te dice: una pizca. Y tú, que has estudiado eso de los gramos, los kilos y los hectómetros, no te enteras de na.

-¿Pero cuanto es una pizca abuela?
-No sé hijo, una pizca de toda la vida. No sé que os enseñan ahora en la escuela...

No te preocupes, he encontrado la solución, un maravilloso convertidor de pizcas en gramos en google (ideal para camellos). Pero no te esfuerces, nunca te saldrán igual y no te quedará otra que pedirle que te invite a comer.

Y entonces llegará el momento épico de la comida. Tu abuela, que pasó hambre durante la posguerra, ha hecho macarrones como si lo fueran a prohibir. Aparece con una bandeja del tamaño de
Minesota. Tú aspiras ese olor celestial y entre el hambre y el buen rollo te olvidas de que tu abuela va por la cuarta cucharada. Pa cuando le dices basta ya te ha echado 6 y te encuentras con un plato de kilo y medio de macarrones. Están buenísimos así que te acabas el plato. Iluso de ti, mojas pan. Entonces te pregunta si quieres repetir. Como la pobre mujer se ha pasado toda la mañana cocinando (el mismo tiempo que habrías tardado tú en hacerlos con ketchup) y están de vicio, le dices que si. Y ella te vuelve a poner cuarto y mitad. Para no hacerle el feo, te los comes como puedes. Y cuando te descuidas ya te ha puesto un poco más.

-¡Abuela!
-Hijo, estás en edad de crecer.
-Pero si tengo 48 años.

Da igual, a ella no le importa. Y haces acopio de toda tu voluntad para meterte todo en la boca y engullir.

-¿Un poco más?
-No gracias.
-Eso es que no te han gustado...
-¡Pero si he comido pasta
pa montar un restaurante!
-Anda
ponte esto que así acabamos esta bandeja y puedo sacar el segundo.

Y de postre, arroz con leche. Total, que sales de su casa como para entrar a quirófano pero más feliz que una lombriz. Porque las abuelas son así, nos conocen mejor que nosotros mismos.

¡Un beso a todas las abuelas!

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