Cuando voy a comer, cenar o tomar unas copas con alguien,
después de la charla o bailoteo pertinentes llega el momento de pagar. Entonces
se produce esa incómoda situación de cómo hacerlo. En la época de nuestros
abuelos por lo menos teníamos claro qué hacer en una cita, paga el hombre y
punto. Pero hoy en día esa fórmula ya no vale y también les toca a ellas pagar
(lo cual me alegra mucho).
Total, salvo aquella época o en esos momentos de intento de
ligue desesperado en que pagas una copa (chicos, eso no funciona); en la
mayoría de los casos nos encontramos en una tesitura dubitativa frente a la
cuenta.
Ante eso, un día decidí que si es alguien que me vale la
pena, esta ronda la pago yo.
Si se trata de una persona con la que puedo tener una
relación durante mucho tiempo (aunque nos veamos de higos a brevas) estoy
seguro de que si sumamos lo que pago yo comparado con lo que paga el otro, al
final quedará lo comido por lo servido. Al infinito quedaremos a cero.
Y si vamos a quedar a cero, puedo optar por pagarme lo mío o
invitar y dejarme invitar. En el primer caso me aseguro que no nos debemos
nada. Pero en el segundo creo bastante buen rollo con la persona haciendo que
el dinero sea lo de menos y si hiciéramos la cuenta al final de la vida, estoy
seguro de que quedaríamos a cero igualmente.
Por supuesto, siempre hay amigos que se apuntan y otros que
no.
Tengo un amigo que me ha pagado noches enteras de copas (muchas copas) sin
llevar yo un duro; y otras noches
la juerga ha corrido de mi parte. En ningún caso ha faltado una ronda. A día
de hoy no sé como vamos, pero sé que cuando me muera habremos quedado a cero.
Luego tengo otro amigo que iba más allá, como él era el
único que trabajaba, había noches que nos pagaba la cena y las copas a los otros
3 amigos. ¡Él sólo! Y me enseñó que hay muchas veces que pagas porque prefieres
gastar más y salir con tus amigos que salir sólo aunque sea a mitad de precio.
Por otro lado, siempre está ese típico tío gorrón que sabes
que no suelta prenda. Que le invitas y que nunca saca la cartera más que para
pagarse su plato. A priori no los distingues y cuando invitas a un nuevo
conocido corres el riesgo de que nunca te la devuelva. Seguramente te cueste un
par de rondas darte cuenta de cómo es. Y una vez veas que no quedaréis a cero,
quizás es buena idea que cada uno se pague lo suyo. Pero en cualquier caso,
habrá valido la pena intentarlo porque saber como era esa persona solo te ha
costado un par de rondas, que si las divides por todo el dinero que vas a ganar
en tu vida, también tiende a cero.
Hace poco me vi en una situación un poco excepcional porque
se trataba de algo más de unas copas. Además, se trataba de una nueva amistad
que no sabía cómo saldría. Pero la verdad es que me apetecía así que decidí
hacerlo. Cuando me preguntó por el tema le dije:
Si nuestra relación sigue para adelante, quedaremos a cero.
Si finalmente no sigue, el dinero será lo que menos me importe.
Así que esta semana te propongo que practiques el inviting,
perderás algunas rondas pero ganarás algún amigo.
Estoy de acuerdo contigo, pero añado un matiz; el dinero no importa cuando el dinero se tiene. Soy de los que le gusta invitar, que conste, porque tengo la suerte de que nunca me ha faltado de nada. Pero, ¡¡qué difícil hacer el gesto cuando a duras penas llega para uno!! Más en estos tiempos, es una situación delicada, porque aquí puede entrar el orgullo del otro (los hay que no les gusta para nada que les inviten). Pero, como a rasgos generales estoy muy de acuerdo, yo digo: que los que más tienen inviten a los que no (firmado: Robin Hood ;D).
ResponderEliminar