miércoles, 25 de febrero de 2015

Cazadores de mitos

Esta semana quiero jugar a los cazadores de mitos en la categoría “mitos de las emociones”. Concretamente quiero cazar un mito muy extendido y que no ayuda demasiado a ser feliz: existen las emociones buenas y malas. Como no tengo un equipo de americanos chiflados como el del programa de la tele, me voy a tener que conformar con desmontar el mito a base de palabros y esperar que te lo creas.

Pues al lío. No hay emociones buenas o malas, hay emociones. Si le preguntas a cualquier persona al azar qué emociones conoce, seguramente te va a mirar como a un ruso que le pregunte por una tienda de vodka. Y es que esto de las emociones no se estudia en el cole y lo vamos aprendiendo a trompicones. Alegría, pena, miedo… ¿te sabes más? ¡Da igual, no es un examen! El caso es que sabemos más bien poquillo de las emociones pero hay una cosa en que la mayoría coinciden, hay emociones buenas y emociones malas. La pena es mala, la alegría es buena, el enfado es malo, el amor es bueno… y así con todas. ¿Cómo haces esa clasificación? Pues en general llamamos “malas” a las emociones que vienen de la mano de un problema. La tristeza aparece con una pérdida, el miedo cuando detectas una amenaza y la rabia cuando vives un conflicto. De hecho, estas emociones están tan ligadas a los problemas que te sirven para confirmar que te pasa algo malo. No te das cuenta de lo mal que estás hasta que lloras. Como nadie te ha enseñado a manejar las emociones, crees que si consigues no llorar, el problema no será tan grave, si no lloro no es para tanto. Así, sin darte cuenta, empiezas a contener el llanto y a bloquear esas emociones “negativas”. Esto no es muy bueno, ni muy sano y ni siquiera es práctico porque estas emociones que llamamos malas tienen una función muy importante y, al bloquearlas, no las estás dejando trabajar.

¿Cuál es su función? Las emociones sirven para ayudarte a sobrevivir. Aquí dónde nos leyendo por internet con nuestro smartphone, los seres humanos éramos monos hasta hace dos días. Eso de ser un mono era muy peligroso, cuando no te comía un tigre te mataba una seta venenosa, así que nuestro cerebro primitivo se inventó una emoción para cada ocasión. El asco para que no te vuelvas a llevar a la boca algo que no te sentó bien, el miedo para salir por patas ante un peligro, la alegría para darte energía para seguir haciendo aquello que es bueno para ti, etc… Un buen sistema en el que cada emoción tiene su función lo que desmonta nuestro mito: cualquier emoción te puede ayudar i por tanto todas pueden ser buenas. El problema es que nuestro coco es como Internet Explorer y va algo retrasado con las actualizaciones así que las emociones aún no se han adaptado a la vida en la ciudad y no siempre funcionan como deberían. El miedo, que en la selva te servía para huir de cualquier depredador, no parece muy práctico cuando tienes que dar una conferencia. Por eso hasta las emociones que llamamos “buenas” te pueden perjudicar mucho, y sino pregúntale al que se gasta su sueldo jugando a la ruleta en medio de un subidón.


Así que, volviendo al mito, si me preguntas yo te diré que no hay emociones buenas ni emociones malas, cada una tiene su función y lo que tienes que ver es si te sirve o no te sirve.

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