Ayer estaba hablando con una amiga que últimamente no está
teniendo muy buena suerte ni ella ni su entorno. La pobre va de sacudida en
sacudida, emocional se entiende, y tratando de echar un cable se me ocurrió la
idea que hoy te traigo: el síndrome de Tokio.
Por no extenderme demasiado, digamos que la vida, tan bonita
como complicada, de vez en cuando te sorprende con un terremoto, seísmo para
los seistas, que remueve todo lo que tienes dentro a nivel emocional. Aunque
nosotros sólo veamos las consecuencias (calles partidas, edificios derrumbados,
etc…) del epicentro, las causas suelen tener origen en partes más profundas de
uno mismo, el hipocentro vamos. Igual que pasa con la naturaleza, algunos de
los terremotos se pueden preveer con mucha antelación, como la vuelta a casa
después de una estancia larga en el extranjero, o con menos margen, como el fin
de una relación. Y algunos nos pillan completamente por sorpresa y entonces, a
todos los daños, hay que sumar la estupefacción y la falta de preparación.
En cualquier caso, si te ha pasado, sabes de que estoy
hablando. Con un poco de suerte, has tenido “sólo” uno de estos desastres. Te
habrá tocado hacer sonar las sirenas, llamar a los bomberos y ver las
ambulancias corriendo de un lado a otro. Vamos, un show que te deja la patata
(el corazón) patas arriba durante un tiempo. Pero a veces la vida va más allá y
parece que vives en medio de la falla del pacífico con un terremoto tras otro
sin poder recuperarte entre temblor, réplica y siguiente temblor como le pasa a
mi amiga. Ante eso, el plan de emergencia convencional se queda algo corto así
que empecé a buscar soluciones y se me ocurrieron 3.
La primera, podríamos llamarla el Plan Texas. Como sabrás,
en esa región del país más evolucionado del mundo son típicas las sillas
eléctricas y los tornados, ¿quién no ha visto Twister con la vaca volando? Cada
año tienen la temporada de los tornados como aquí tenemos la temporada de
naranjas sólo que éstos primos ventosos de los terremotos son más indigestos. Y
tú te preguntarás, ¿qué hace la primera potencia mundial para evitarlo?
¿Construyen casas de piedra como el cerdito mayor? Pues no, no hacen nada, se
hacen casas de laminas de madera finita y que, a juzgar por como vuelan, no
deben estar muy bien clavadas, y cuando viene Catrina todo son llantos. Un par
de semanas de hambruna y a reconstruir otra vez la casita de papel. Bueno, yo
no soy experto en seguridad ciudadana pero me parece que este plan no me mola
mucho.
La segunda opción es el Plan Mallorca. Éste viene de la mano de los alemanes,
que hartos del mal clima de su región y de comer salchicha (porqué no decirlo),
ahorran toda su vida para venirse a vivir a España, que seremos pobres pero
vivimos mejor que nadie. Así que otra opción que tienes ante tanto terremoto es
hacer las maletas y trasladarte, al fin y al cabo, no todo el planeta es falla.
No parece mal plan, si puedes aplicarlo. Y es que a veces tu casita está
construida con tu familia, amigos y otro sin fin de cosas que no quieres abandonar
a pesar de los terremotos.
¿Y entonces qué puedes hacer? Pues se me ocurrió la tercera
opción, el Plan Tokio. Dándole vueltas pensé que había gente que conseguía
vivir en zonas de terremotos y ser muy feliz. ¿Cómo lo hacen? Pues después de
tirarse un tiempo quitando escombros y reconstruyendo rascacielos, a esta gente
de ojos rasgados se les ocurrió: ¿y si hacemos edificios que no se caigan con
los temblores? ¿Y eso cómo se hace? Pues mientras los demás estaban empeñados
en hacer cimientos más sólidos para evitar que el edificio se moviese, a ellos
se les ocurrió que el secreto para no romperse era precisamente lo contrario.
Si intentas resistirte a una fuerza mucho mayor que tú, al final te acabas por
romper, mientras que si lo que haces es bailar con esa fuerza, aunque te mueves
mucho más, consigues atenuar el impacto y evitar el daño.
Cuando le conté a mi amiga mi idea (para ser sincero, sólo
hizo falta mencionar la ciudad para que entendiese el concepto), le gustó mucho
y quiso probarla pero me preguntó “¿y cómo aplico yo el Plan Tokio en mi vida? Porque una cosa es construir edificios y
otra es hacer frente a las emociones.” La verdad es que me volvió a dejar
pensativo y después de darle unas vueltas me he dado cuenta de que ella misma
tiene la respuesta: tiene unos cimientos sólidos pero móviles. Ante toda la
avalancha de emociones que está recibiendo estos días, ella es capaz de fluir,
llorar cuando tiene que llorar, estar alegre o enfadada según el momento, moverse
con el terremoto. Ella no se resiste, no niega los hechos, no intenta estar
alegre por todos los medios ni ser optimista de cara a la galería. Pero a la
vez, controla sus oscilaciones para que el edificio no vaya de un lado a otro
de la calle. Vive las emociones negativas pero es capaz de volver a las
positivas cuando tiene motivos en un vaivén que atenúa los temblores. Y además
de todo esto, tiene un plan de emergencia muy claro, sabe que en el momento que
tiembla el suelo, no es momento de decidir nada, es momento de protegerse y
esperar a que pase. Pero a la vez es capaz de proyectar los planes para el
futuro sin dejar que el pánico la domine. Y como resultado de todo esto, aunque
el mundo se derrumbe a su alrededor, ella es capaz de seguir adelante, con algún
que otro mueble en el suelo y los papeles derramados por toda la oficina, pero
nada que no se pueda recoger en un par de mañanas.
Así que, después de todo lo que he pensado, sólo le queda
decirle una cosa a mi amiga: sigue haciendo lo que haces, que lo haces muy
bien. Ah, y darle las gracias por inspirar estas ideas que seguro que ayudarán
a más tipos y tipas con suerte.
Me ha encantado la idea. Hará falta práctica para bailar el tango con el enfado, seguro, pero debe ser una forma bastante saludable de afrontar las temporadas con altibajos emocionales intensos... intentaré probar y ya te contaré mi experiencia!
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