Muchas veces necesitas que una persona que no te conoce de
nada te ayude en algo, ya sea hacer tu trabajo, comprar el pan o darte un poco
de cariño. Para eso, le pides que confíe en ti, que no se hará daño si te
ayuda. Esta persona, que no te
conoce demasiado, tiene que hacer un acto de fe y creérselo. Acto de fe que
será más o menos difícil dependiendo de lo que pidas; no es lo mismo decir que
te llevas una barra de pan y ya la pagarás mañana que llevarte un Ferrari.
También depende de sus propias experiencias. Si en el barrio todo el mundo se
lleva la barra de pan y después nadie le paga, no creo que te deje marchar por
mucho que el pan solo cueste 50 céntimos. Pero lo que realmente importa es lo
que tú transmites. Esa sensación hecha de mil pequeñas cosas que le dice a la
otra persona: si, soy buena gente, confía en mí. ¿Pero cómo puedes crear tú esa
sensación? El otro día en una conferencia Pablo Adán compartió un truquillo que
creo que puede ser muy útil: si les digo a los demás que soy como pueden comprobar
que soy, genero confianza. La idea es tan sencilla como potente. La confianza
no es más que asumir de que una persona actuará de una determinada manera en
una situación, es como hacer una apuesta. Como en una partida de póker, tu
interlocutor estará atento a todo lo que haces para anticiparse. Mirará si
sudas o si te sale algún tic en el ojo para evitar que le saques todo el
dinero. Lo que pasa es que en este caso no le quieres sacar el dinero, no
estáis en equipos contrarios sino en el mismo bando. Así que si le quieres
demostrar que no vas de farol, enséñale tus cartas. Dale información que pueda
comprobar y que sea coherente con lo que le has explicado. Dile a la panadera
que eres el sobrino de Paquita, la señora que compra dos panes de medio cada día.
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miércoles, 11 de marzo de 2015
miércoles, 25 de febrero de 2015
Cazadores de mitos
Esta semana quiero jugar a los cazadores
de mitos en la categoría “mitos de las emociones”. Concretamente quiero cazar
un mito muy extendido y que no ayuda demasiado a ser feliz: existen las
emociones buenas y malas. Como no tengo un equipo de americanos chiflados como
el del programa de la tele, me voy a tener que conformar con desmontar el mito
a base de palabros y esperar que te lo creas.
Pues al lío. No hay emociones buenas o
malas, hay emociones. Si le preguntas a cualquier persona al azar qué emociones
conoce, seguramente te va a mirar como a un ruso que le pregunte por una tienda
de vodka. Y es que esto de las emociones no se estudia en el cole y lo vamos
aprendiendo a trompicones. Alegría, pena, miedo… ¿te sabes más? ¡Da igual, no
es un examen! El caso es que sabemos más bien poquillo de las emociones pero
hay una cosa en que la mayoría coinciden, hay emociones buenas y emociones
malas. La pena es mala, la alegría es buena, el enfado es malo, el amor es
bueno… y así con todas. ¿Cómo haces esa clasificación? Pues en general llamamos
“malas” a las emociones que vienen de la mano de un problema. La tristeza
aparece con una pérdida, el miedo cuando detectas una amenaza y la rabia cuando
vives un conflicto. De hecho, estas emociones están tan ligadas a los problemas
que te sirven para confirmar que te pasa algo malo. No te das cuenta de lo mal
que estás hasta que lloras. Como nadie te ha enseñado a manejar las emociones,
crees que si consigues no llorar, el problema no será tan grave, si no lloro no
es para tanto. Así, sin darte cuenta, empiezas a contener el llanto y a
bloquear esas emociones “negativas”. Esto no es muy bueno, ni muy sano y ni
siquiera es práctico porque estas emociones que llamamos malas tienen una
función muy importante y, al bloquearlas, no las estás dejando trabajar.
¿Cuál es su función? Las emociones sirven
para ayudarte a sobrevivir. Aquí dónde nos leyendo por internet con nuestro smartphone,
los seres humanos éramos monos hasta hace dos días. Eso de ser un mono era muy
peligroso, cuando no te comía un tigre te mataba una seta venenosa, así que
nuestro cerebro primitivo se inventó una emoción para cada ocasión. El asco
para que no te vuelvas a llevar a la boca algo que no te sentó bien, el miedo
para salir por patas ante un peligro, la alegría para darte energía para seguir
haciendo aquello que es bueno para ti, etc… Un buen sistema en el que cada
emoción tiene su función lo que desmonta nuestro mito: cualquier emoción te
puede ayudar i por tanto todas pueden ser buenas. El problema es que nuestro
coco es como Internet Explorer y va algo retrasado con las actualizaciones así
que las emociones aún no se han adaptado a la vida en la ciudad y no siempre
funcionan como deberían. El miedo, que en la selva te servía para huir de
cualquier depredador, no parece muy práctico cuando tienes que dar una
conferencia. Por eso hasta las emociones que llamamos “buenas” te pueden
perjudicar mucho, y sino pregúntale al que se gasta su sueldo jugando a la
ruleta en medio de un subidón.
Así que, volviendo al mito, si me
preguntas yo te diré que no hay emociones buenas ni emociones malas, cada una
tiene su función y lo que tienes que ver es si te sirve o no te sirve.
jueves, 29 de enero de 2015
El sufrimiento es un juego de atención
Mis primos de
Valencia, a los que aprovecho a dedicar la entrada, siempre me hacen
reflexionar. El otro día hablando con
Rafa sobre lo complicadas que son algunas situaciones en la vida me dijo una
frase que aún estoy saboreando: el sufrimiento es un juego de atención.
Si nos ponemos
literales, eso del dolor no es más que un sistema de alerta, una alarma que
enciende el cuerpo para decirte: chaval, hay algo que no va bien. En principio
parece un sistema bastante útil para que pongas remedio a algo que tu cuerpo no
puede hacer por sí mismo. Te duele el tobillo y por lo pronto lo dejas de
apoyar, así no te lo rompes más. Además, tarde o temprano te vas a un médico a
que te haga algo para que no duela, lo que suele ser curarlo. El problema es
que aunque te pongan una escayola y tú ya hayas hecho todo lo que está en tu
mano, o en este caso tu pie, para curarte, el cuerpo te sigue avisando y el
dolor no se va. Es como si la alarma de tu coche se tirase pitando 3 días después
del robo. Esto, aparte de ser algo poco útil, molesta bastante, así que le
pedimos al señor o señora médico que nos recete algo para que no duela o al mecánico
que desconecte el pitido.
El problema viene
cuando el sistema de alarma no tiene que ver con lo físico o lo material sino
con lo emocional. Pongamos que te deja tu pareja. Estarás de acuerdo en que eso
duele bastante, a veces hasta llega a ser un dolor físico. Es tu mente gritando
a todo pulmón que no quiere que te dejen. Lo normal es pasar por las fases del
duelo desde la negación (esto no está pasando) hasta la aceptación (ah, sí,
salíamos juntos), pero esto ya lo dejo para otra entrada. El caso es que una
vez has evaluado la situación, has visto que se ha acabado y te has escayolado el corazón para que se
recupere, ya no queda más que esperar. Pero mientras esperas el dolor puede ser
bastante insoportable y aquí es donde entra la frase de mi primo. Lo siento, no
hay analgésicos para este tipo de dolor, el alcohol es una opción a corto plazo
que suele acabar con llanto a las 6 de la mañana y resaca al día siguiente. Así
que aquí vamos a tener que jugar a otra cosa, te propongo que juegues al juego
de la atención. Tu cabeza, que no se ha enterado de que tu pareja no te quiere,
se empeña en recordarte todo el rato lo genial que era para que intentes
volver. Un poco como una madre encariñada con su yerno. Así que el truco que te
propongo esta semana es que desvíes la atención. ¿Cómo? Dándole otra cosa en
que pensar. Un libro, un videojuego, deporte, conversaciones con amigos, etc…
cualquier acción que requiera que participes activamente pensando. De esta
manera tu cerebro estará ocupado y se olvidará de dolerte. Lo bueno es que esto
vale para cualquier dolor del corazón: soledad, decepción, pena… Ojo, esto no
te curará, no es más que un analgésico emocional, pero facilita bastante la
recuperación. Pruébalo y me cuentas.
miércoles, 9 de julio de 2014
El Plan Tokio
Ayer estaba hablando con una amiga que últimamente no está
teniendo muy buena suerte ni ella ni su entorno. La pobre va de sacudida en
sacudida, emocional se entiende, y tratando de echar un cable se me ocurrió la
idea que hoy te traigo: el síndrome de Tokio.
Por no extenderme demasiado, digamos que la vida, tan bonita
como complicada, de vez en cuando te sorprende con un terremoto, seísmo para
los seistas, que remueve todo lo que tienes dentro a nivel emocional. Aunque
nosotros sólo veamos las consecuencias (calles partidas, edificios derrumbados,
etc…) del epicentro, las causas suelen tener origen en partes más profundas de
uno mismo, el hipocentro vamos. Igual que pasa con la naturaleza, algunos de
los terremotos se pueden preveer con mucha antelación, como la vuelta a casa
después de una estancia larga en el extranjero, o con menos margen, como el fin
de una relación. Y algunos nos pillan completamente por sorpresa y entonces, a
todos los daños, hay que sumar la estupefacción y la falta de preparación.
En cualquier caso, si te ha pasado, sabes de que estoy
hablando. Con un poco de suerte, has tenido “sólo” uno de estos desastres. Te
habrá tocado hacer sonar las sirenas, llamar a los bomberos y ver las
ambulancias corriendo de un lado a otro. Vamos, un show que te deja la patata
(el corazón) patas arriba durante un tiempo. Pero a veces la vida va más allá y
parece que vives en medio de la falla del pacífico con un terremoto tras otro
sin poder recuperarte entre temblor, réplica y siguiente temblor como le pasa a
mi amiga. Ante eso, el plan de emergencia convencional se queda algo corto así
que empecé a buscar soluciones y se me ocurrieron 3.
La primera, podríamos llamarla el Plan Texas. Como sabrás,
en esa región del país más evolucionado del mundo son típicas las sillas
eléctricas y los tornados, ¿quién no ha visto Twister con la vaca volando? Cada
año tienen la temporada de los tornados como aquí tenemos la temporada de
naranjas sólo que éstos primos ventosos de los terremotos son más indigestos. Y
tú te preguntarás, ¿qué hace la primera potencia mundial para evitarlo?
¿Construyen casas de piedra como el cerdito mayor? Pues no, no hacen nada, se
hacen casas de laminas de madera finita y que, a juzgar por como vuelan, no
deben estar muy bien clavadas, y cuando viene Catrina todo son llantos. Un par
de semanas de hambruna y a reconstruir otra vez la casita de papel. Bueno, yo
no soy experto en seguridad ciudadana pero me parece que este plan no me mola
mucho.
La segunda opción es el Plan Mallorca. Éste viene de la mano de los alemanes,
que hartos del mal clima de su región y de comer salchicha (porqué no decirlo),
ahorran toda su vida para venirse a vivir a España, que seremos pobres pero
vivimos mejor que nadie. Así que otra opción que tienes ante tanto terremoto es
hacer las maletas y trasladarte, al fin y al cabo, no todo el planeta es falla.
No parece mal plan, si puedes aplicarlo. Y es que a veces tu casita está
construida con tu familia, amigos y otro sin fin de cosas que no quieres abandonar
a pesar de los terremotos.
¿Y entonces qué puedes hacer? Pues se me ocurrió la tercera
opción, el Plan Tokio. Dándole vueltas pensé que había gente que conseguía
vivir en zonas de terremotos y ser muy feliz. ¿Cómo lo hacen? Pues después de
tirarse un tiempo quitando escombros y reconstruyendo rascacielos, a esta gente
de ojos rasgados se les ocurrió: ¿y si hacemos edificios que no se caigan con
los temblores? ¿Y eso cómo se hace? Pues mientras los demás estaban empeñados
en hacer cimientos más sólidos para evitar que el edificio se moviese, a ellos
se les ocurrió que el secreto para no romperse era precisamente lo contrario.
Si intentas resistirte a una fuerza mucho mayor que tú, al final te acabas por
romper, mientras que si lo que haces es bailar con esa fuerza, aunque te mueves
mucho más, consigues atenuar el impacto y evitar el daño.
Cuando le conté a mi amiga mi idea (para ser sincero, sólo
hizo falta mencionar la ciudad para que entendiese el concepto), le gustó mucho
y quiso probarla pero me preguntó “¿y cómo aplico yo el Plan Tokio en mi vida? Porque una cosa es construir edificios y
otra es hacer frente a las emociones.” La verdad es que me volvió a dejar
pensativo y después de darle unas vueltas me he dado cuenta de que ella misma
tiene la respuesta: tiene unos cimientos sólidos pero móviles. Ante toda la
avalancha de emociones que está recibiendo estos días, ella es capaz de fluir,
llorar cuando tiene que llorar, estar alegre o enfadada según el momento, moverse
con el terremoto. Ella no se resiste, no niega los hechos, no intenta estar
alegre por todos los medios ni ser optimista de cara a la galería. Pero a la
vez, controla sus oscilaciones para que el edificio no vaya de un lado a otro
de la calle. Vive las emociones negativas pero es capaz de volver a las
positivas cuando tiene motivos en un vaivén que atenúa los temblores. Y además
de todo esto, tiene un plan de emergencia muy claro, sabe que en el momento que
tiembla el suelo, no es momento de decidir nada, es momento de protegerse y
esperar a que pase. Pero a la vez es capaz de proyectar los planes para el
futuro sin dejar que el pánico la domine. Y como resultado de todo esto, aunque
el mundo se derrumbe a su alrededor, ella es capaz de seguir adelante, con algún
que otro mueble en el suelo y los papeles derramados por toda la oficina, pero
nada que no se pueda recoger en un par de mañanas.
Así que, después de todo lo que he pensado, sólo le queda
decirle una cosa a mi amiga: sigue haciendo lo que haces, que lo haces muy
bien. Ah, y darle las gracias por inspirar estas ideas que seguro que ayudarán
a más tipos y tipas con suerte.
miércoles, 7 de mayo de 2014
Año nuevo chino
Lo que más me gusta
del año nuevo chino es que siempre me pilla desprevenido. Te levantas un día de
febrero y te dicen que es fin de año en China y tú te lo tienes que creer
porque, como yo, no tienes idea del calendario oriental. Ya que nos ponemos, te
diré que una amiga que ha vivido allí me ha contado que el calendario se basa
en las fases lunares y cae entre enero y febrero, por eso no coincide con el nuestro. También me ha contado
que si tienes suerte y tienes amigos chinos que te invitan a la fiesta podrás
tirar petardos, participar de la entrega de sobres rojos (el dinero más
comunista) y comer los fideos de la suerte (cuanto más largos, más suerte) y
los 12 raviolis (sus 12 uvas). ¡Y
lo mejor es que todo esto es fuera de programa!
Esta idea me hizo
reflexionar y creo que podemos aplicar este concepto a otras cosas de la vida.
Hace un tiempo hablamos de ser detallista, de como una pequeña cosa puede
generar muy buen rollo y traer mucha suerte, que es por lo que escribo cada
semana. ¿Y si le añadimos el factor sorpresa? Està muy bien hacer un regalo de
cumpleaños, unos bombones por San Valentín y una rosa por San Jordi, de hecho,
más allà de si es comercial o no, creo que estas cosas también generan buen
rollo. ¿Pero que pasa si regalas una rosa mañana? ¿Y si pruebas de decir
"te quiero" o reconocer el trabajo de un compañero sin venir a
cuento?
Hacer las cosas por
sorpresa tiene un punto mágico (si me permites la cursilería). Cada emoción
tiene una función específica y la sorpresa no podía ser menos. Nuestro coco,
que está pensado para sobrevivir, cuando ve una cosa que le sorprende pone toda
su atención para determinar rápidamente si hay que huir o acercarse. Si te
fijas, cuando te sorprendes todo el cuerpo se para, suben tus cejas y abres
bien los ojos para ver mejor y también oyes mucho más. Por eso, cuando
sorprendes a alguien, consigues captar su atención. Además, al ser inesperado,
el cerebro lo identifica como algo nuevo y se olvida por un momento de los
prejuicios. Si alguien que te cal mal hace algo bueno por ti, le empiezas a ver
de otra manera, te cae mejor. Por último, la memoria a largo plazo funciona por
repetición o por emoción. Cuando sorprendes a alguien, estás generando una
emoción y si además le gusta, ya tienes dos emociones, eso hará que la persona
se acuerde del detalle por mucho tiempo.
Mi primer año nuevo
chino fue un regalo de un compañero de erasmus. Antes de volver a su país me
regaló una camiseta de la selección de México y me pilló por sorpresa. El
detalle me encantó y me hizo cambiar mi visión al darme cuenta de que él
realmente me apreciaba. Es un detalle que no se me olvidará nunca y que fue el
principio de una gran amistad que me ha llevado a visitar el país del tequila.
No hace falta esperar
a la fecha señalada para hacer, decir
o dar una cosa buena; si es buena, no te la guardes. Así que hoy quiero dar las gracias a
Roberto por su detalle y a Raquel por compartir conmigo su experiencia china ¿Te
apuntas a practicar el año nuevo chino?
miércoles, 12 de marzo de 2014
Transferencia emocional: ¿Qué es?
¿Te suena la palabra transferencia? Pues a la Infanta no, y
eso que hay un montón de tipos de transferencias. Están las que recibe
Urdangarín, que son bancarias, y las hay que son electrónicas, con las que
pagas el alquiler. Pero también hay otro tipo de transferencias que no tienen
nada que ver con el dinero, por ejemplo la transferencia de competencias…
Bueno, éstas a veces también tienen que ver con el dinero, sobre todo cuando
son competencias autonómicas. Pero de las que te quiero hablar son otro tipo de
transferencias, éstas sí, libres de significado económico: las transferencias
de emociones.
Como vimos de la mano de mi compadre Fernando, el científico
más enrollado desde Beakman, el cerebro funciona con ondas electromagnéticascapaces de influir en los demás. A veces, estas ondas sirven para compartir la coherencia neuronal, lo que los mortales llamamos buen rollo. Pero no sólo se
comparte el buen rollo. Aunque no tenga la misma base científica que la famosa
coherencia neuronal, la transferencia emocional funciona de una forma parecida
y nos afecta bastante más en nuestro día a día.
¿De que va esto? Pues tan sencillo como literal, de transferir emociones. Se trata del
fenómeno de hacer que otra persona sienta la emoción que tu sientes en ese
momento o viceversa, que una persona te haga sentir la emoción que siente ella.
Además, una característica de la transferencia emocional es que la emoción
transferida no se corresponde con el estado en el que se encuentra el que la
recibe. ¿Claro? Mejor un par de ejemplos:
Una hora antes de un examen, tu estás tranquilamente en la
biblioteca pegando el último repaso. Por una vez has estudiado bien y sabes que
lo vas a sacar. De pronto, irrumpe en tu mesa el típico agobiao de última hora.
Lleva los apuntes en la mano medio arrugados y nada más sentarse empieza a
preguntar mil cosas. De vez en cuando da un soplido y se lleva una mano a la
cabeza mientras anota las respuestas en el lateral de un folio y repite: es
imposible que apruebe. Tú, que estabas en paz con el mundo, te empiezas a poner
de los nervios nada más de verle. Además, al oír tantas preguntas y verle
resoplar, empiezas a preocuparte y a pensar que el examen es muy difícil y que tú tampoco lo vas a
aprobar. Efectivamente, acabas de ser víctima de una transferencia emocional.
Tu querido amigo te ha pasado una emoción que no era tuya, su estrés.
El típico día que todo sale mal. No suena el despertador y
te levantas tan tarde que no te da tiempo ni a ducharte. Vas a desayunar pero
te das cuenta de que sólo queda medio vaso de leche que además esta agria. Para
colmo, te vas a lavar los dientes y te acuerdas de que tenías que haber
comprado pasta ayer por la tarde. Llegas tarde al trabajo lo que te hace ganar
la primera bronca del jefe. Otra bronca del cliente y una discusión con tu compañero
que es incapaz de hacer su trabajo. A la hora de comer te das cuenta que te has
dejado el tupper en la encimera de la cocina así que no tienes nada que
llevarte a la boca. Para más INRI, la comida se pondrá mala y no podrás ni
cenarla. Dos broncas más por la tarde y un estúpido que se salta un ceda y te
da un susto de muerte. Llegas a casa y encuentras a tu pareja, compañero de
piso o hermano tirado en el sofá más a gusto que en brazos. No sabes bien que
pasa pero al cabo de 10 minutos estáis los dos gritando. Él, que parecía tan
tranquilo, lleva un cabreo de tres pares de narices. ¿Por qué? Pues porque
ahora has sido tú quien has transferido tu emoción a la otra persona.
La transferencia de emociones se puede hacer con cualquiera
del amplio abanico de posibilidades que tenemos. Se puede transmitir enfado,
pena, alegría, miedo, asco… ¿Porqué pasa esto? ¿Se puede evitar? ¿Qué podría
hacer para evitarlo? Eso mejor lo dejamos para otra entrada. Hoy te dejo una
ginquestion:
¿Eres consciente de las emociones que transmites a los
demás?
miércoles, 19 de febrero de 2014
¿Cuánto hace que no lloras?
¿Llorar? ¿Para qué? Eso no sirve para nada, ¿o si?
Como ya vimos, la tristeza es la encargada de ayudarte a
curar las heridas. Aparece cuando te han hecho daño y te invade por todo el
cuerpo y te entran unas ganas terribles de hacerte bolita en la cama. A priori
la sensación no es muy agradable, pero tiene su función. Estar hecho una bola
en tu cama te permite centrarte en ti mismo lamerte las heridas. En ese
momento, te aíslas del mundo y puedes dedicar un rato a algo que no hacemos a
menudo: pensar en uno mismo sin ruido. Te permite analizar el problema (con más
o menos sufrimiento) y de ese análisis surgen con el tiempo las herramientas
que te pueden ayudar en el futuro. Además, la pena también sirve para despertar
la empatía de los demás. Si ves a alguien que te importa sufriendo, desconectas
de lo que estás haciendo para ayudarle. La verdad es que cuesta mucho ver
llorar a alguien.
Como ves, parece que la tristeza es bastante útil. El
problema es que es una sensación desagradable. Esta emoción siempre llega de la
mano de algo malo y llorar es reconocer la desgracia, admitir que las cosas van
mal. Mientras no llores, el problema se queda en el limbo de los nonatos. Por
eso muchas veces nos empeñamos en no hacerlo. Para la poca inteligencia
emocional que tenemos, sacamos un abanico enorme de técnicas para reprimir las
emociones: negación, racionalización, disociación… Y la verdad es que lo
conseguimos. Con un poco de suerte
(mala suerte), lo consigues y sacas tu mejor sonrisa (postiza) para seguir adelante.
De cara a la galería puede parecer que estás bien, incluso
si te esfuerzas, te lo creerás hasta tú. Pero omitir los problemas no los
soluciona. Y la herida sigue allí hasta que le des un par de lametazos bien
dados. Además, como ya hemos dicho, la tristeza hace que los demás se sientan
mal y te quieran ayudar. Eso, que a priori es bueno, a veces lleva a
situaciones un poco extremas. Y es que la gente soporta tan poco que estés mal,
que con más voluntad que tino, te fuerzan a estar bien. En el mejor de los
casos lo consiguen y en el peor, lo que consiguen es presionarte hasta que
fuerzas la sonrisa para que no se sientan mal.
Total, que por H o por B, te saltas la pena y tiras para adelante.
Si la herida no era muy profunda, poco a poco cerrará pero como no estás
haciendo reposo, al siguiente movimiento brusco se puede volver a abrir.
Así que el truco de esta semana es sencillo: la tristeza
tiene su función, deja que la haga. Y si no te sale llorar, siempre puedes tirar de la pena artificial.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
Elige tus batallas
Mi jefe no me hace ni caso. Siempre que le propongo algo me dice que no. Nunca escucha mi opinión. Nunca se hace lo que digo yo...
¿Te suena? Pues por desgracia creo que sí. Muchos días, sobre todo lunes, se nos llena la boca de quejas de este tipo. Como puedes imaginar, esto no trae ni buen rollo ni suerte. Así que este #miercolesdesuerte comparto contigo unos truquillos para que empiecen a tenerte en cuenta en tu trabajo.
¿Son hechos objetivos?
Bueno, lo primero que te recomiendo es que reflexiones si esas quejas son hechos objetivos. ¿Es cierto que tu jefe no te hace ni caso? ¿No te dirige la palabra? ¿No te saluda? ¿No escucha cuando le hablas? ¿Nunca se hace lo que tú quieres? ¿No recuerdas ni una sola vez en que se hiciera lo que tu querías? ¿Ni una? ¿De verdad?
Como ves, seguramente ese discurso de lunes no suele ser muy objetivo. Así que te recomiendo el siguiente paso:
Reformula
Tan sencillo como darle una vuelta a las frases para cambiarlas por otras más objetivas. Para ello te dejo un par de trucos:
Elimina exageraciones: siempre, nunca, todo, nada... Son palabras bastante absolutas que rara vez describen lo que pasa de verdad.
Especifica: muchas veces hablas en general cuando el problema es algo específico. ¿Tu jefe no te hace caso o tu jefe no te ha hecho caso hoy? ¿O tu jefe no te hace caso en un tema en concreto? Cuanto más especifiques, más se acercará lo que dices a la realidad.
Emocionaliza: ya hablamos del diálogo emocional y hablaremos más adelante así que hoy no profundizaré demasiado. Solo te diré que muchas veces hablas de hechos cuando lo que realmente ocupa tu mente son sentimientos. No es lo mismo decir mi jefe no me hace caso que decir SIENTO que mi jefe no me hace caso, ¿verdad?
Con estos truquillos cambiarás la forma de hablar y seguramente de pensar. Con un poco de suerte ya te sientes mejor. Pero por desgracia, algunas veces hasta tienes razón y resulta que es cierto. No te hacen ni caso. Pues para eso tengo el truco estrella de esta semana:
Elige tus batallas
Si resulta que tu jefe no te hace demasiado caso, cada decisión se convierte en una batalla. Y esto requiere de estrategia "militar". Y esta estrategia consiste en elegir tus batallas:
No luches batallas que no puedes ganar: Si tienes claro que no vas a ganar la batalla, lo mejor es que no la empieces. Centra tus esfuerzos sólo en aquellas batallas en las que tienes una posibilidad real de ganar. Como comprenderás, eso de las batallas no crea mucho buen rollo, a ti te desgasta y tu jefe se cansa.
No luches batallas por la caseta del perro: Si el objetivo no es muy importante para ti, ríndete antes de empezar. Al conceder la victoria al jefe, se rebajara la tensión general y quizás te compense en la próxima decisión.
No pienses en la batalla, piensa en la guerra: Muchas veces te embarcas en batallas y pierdes el objetivo final de tu causa. ¿Qué es lo que pretendes conseguir a largo plazo? Si quieres que tenga en cuenta tu opinión, quizás no es mala idea que le des la razón al principio para que vea que pensáis igual y así ganarte su confianza.
Date cuenta de que no hay guerra: El objetivo de tu jefe es el mismo que el tuyo, que él gane dinero (para eso te contrata). Así que los dos lucháis por lo mismo. Es posible que él no vea que con tus ideas la empresa iría mejor. Pero piensa que hasta puede tener razón. Y en cualquier caso, es su empresa, así que si la cosa no va bien piensa en Lina Morgan.
¿Te suena? Pues por desgracia creo que sí. Muchos días, sobre todo lunes, se nos llena la boca de quejas de este tipo. Como puedes imaginar, esto no trae ni buen rollo ni suerte. Así que este #miercolesdesuerte comparto contigo unos truquillos para que empiecen a tenerte en cuenta en tu trabajo.
¿Son hechos objetivos?
Bueno, lo primero que te recomiendo es que reflexiones si esas quejas son hechos objetivos. ¿Es cierto que tu jefe no te hace ni caso? ¿No te dirige la palabra? ¿No te saluda? ¿No escucha cuando le hablas? ¿Nunca se hace lo que tú quieres? ¿No recuerdas ni una sola vez en que se hiciera lo que tu querías? ¿Ni una? ¿De verdad?
Como ves, seguramente ese discurso de lunes no suele ser muy objetivo. Así que te recomiendo el siguiente paso:
Reformula
Tan sencillo como darle una vuelta a las frases para cambiarlas por otras más objetivas. Para ello te dejo un par de trucos:
Elimina exageraciones: siempre, nunca, todo, nada... Son palabras bastante absolutas que rara vez describen lo que pasa de verdad.
Especifica: muchas veces hablas en general cuando el problema es algo específico. ¿Tu jefe no te hace caso o tu jefe no te ha hecho caso hoy? ¿O tu jefe no te hace caso en un tema en concreto? Cuanto más especifiques, más se acercará lo que dices a la realidad.
Emocionaliza: ya hablamos del diálogo emocional y hablaremos más adelante así que hoy no profundizaré demasiado. Solo te diré que muchas veces hablas de hechos cuando lo que realmente ocupa tu mente son sentimientos. No es lo mismo decir mi jefe no me hace caso que decir SIENTO que mi jefe no me hace caso, ¿verdad?
Con estos truquillos cambiarás la forma de hablar y seguramente de pensar. Con un poco de suerte ya te sientes mejor. Pero por desgracia, algunas veces hasta tienes razón y resulta que es cierto. No te hacen ni caso. Pues para eso tengo el truco estrella de esta semana:
Elige tus batallas
Si resulta que tu jefe no te hace demasiado caso, cada decisión se convierte en una batalla. Y esto requiere de estrategia "militar". Y esta estrategia consiste en elegir tus batallas:
No luches batallas que no puedes ganar: Si tienes claro que no vas a ganar la batalla, lo mejor es que no la empieces. Centra tus esfuerzos sólo en aquellas batallas en las que tienes una posibilidad real de ganar. Como comprenderás, eso de las batallas no crea mucho buen rollo, a ti te desgasta y tu jefe se cansa.
No luches batallas por la caseta del perro: Si el objetivo no es muy importante para ti, ríndete antes de empezar. Al conceder la victoria al jefe, se rebajara la tensión general y quizás te compense en la próxima decisión.
No pienses en la batalla, piensa en la guerra: Muchas veces te embarcas en batallas y pierdes el objetivo final de tu causa. ¿Qué es lo que pretendes conseguir a largo plazo? Si quieres que tenga en cuenta tu opinión, quizás no es mala idea que le des la razón al principio para que vea que pensáis igual y así ganarte su confianza.
Date cuenta de que no hay guerra: El objetivo de tu jefe es el mismo que el tuyo, que él gane dinero (para eso te contrata). Así que los dos lucháis por lo mismo. Es posible que él no vea que con tus ideas la empresa iría mejor. Pero piensa que hasta puede tener razón. Y en cualquier caso, es su empresa, así que si la cosa no va bien piensa en Lina Morgan.
miércoles, 17 de julio de 2013
Asertividad
El otro día con unas amigas salió el tema de la asertividad.
Asertividad… creo que es una de esas palabras que has oído mil veces y que te
crees que sabes que significa hasta que te toca explicarla. Como abnegación o
idiosincrasia. Hay algo en tu mente que te dice por dónde van los tiros pero en
el fondo no tienes ni la más mínima idea.
Pues bien, como esto de la asertividad también tiene mucho
que ver con el buen rollo, he decidido echarle un vistazo y compartir contigo
algunas ideas.
Cuando te preguntan qué es asertividad, lo primero que pasa
por tu mente es: saber decir que no.
La cosa va por ahí, pero no solo por ahí. Así que ahora que
ya tienes un poco de lío en la cabeza, voy a tratar de definir la idea:
Asertividad es la habilidad de una persona para expresar sus emociones y sus deseos a los demás sin hostilidad ni agresividad.
¡Olé tú! ¿Pero eso qué es lo que es?
Pues se trata de encontrar el punto medio entre la pasividad
y la agresividad. Ser capaz de hacer y expresar lo que quieres sin imponerlo a
los demás… Como ves, a la asertividad se suele llegar desde dos caminos. Por un
lado están las personas que dicen a todo que si (pasivas) y por otro lado las
personas que imponen a los demás lo que quieren ellas (agresivas).
Actitud Pasiva
Siempre digo que si a todo. Siempre hago lo que dicen los
demás. Nunca hago lo que quiero… ¿Te suena? Pues seguramente eres una persona
pasiva. Una persona que prefiere hacer lo que digan los demás con tal de no
llevar la contraria. Es más, aunque no seas ese tipo de persona, estoy seguro
de que más de una vez en tu vida te encuentras haciendo cosas que no quieres
hacer y sintiéndote un poco mal.
No te preocupes, a parte de ser una cosa muy habitual, nadie
dice que sea malo ni bueno. No se trata de juzgar, la pregunta es si te sirve o
no te sirve. Hay muchas situaciones en las que prefieres hacer algo que no te
gusta porque es lo que quiere la mayoría o simplemente por darle el gusto a
otra persona. Si todos tus amigos quieren ir de discoteca, lo lógico es que te
vayas con ellos. O si tu pareja quiere ir al cine a ver a Julia Roberts,
pues tampoco pasa nada por ir.
El tema es aquellas situaciones que van un paso más allá. No
solo haces algo que no quieres hacer, sino que además eso te hace sentir mal.
Esto suele pasar cuando haces cosas que van contra tus principios. Si un amigo
te ofrece droga, si un cliente te invita a señoritas o si tienes que matar a tu
hermano por un ajuste de cuentas. O, si no eres un mafioso, algo tan sencillo
como no ser capaz de decirle al camarero que se ha olvidado poner cebolla en la
hamburguesa.
En esas situaciones prefieres renunciar a lo que crees que
deberías hacer para evitar una situación incómoda con otra persona. Aquí es
cuando un amigo te dice:
- Tío, tienes que aprender a decir que no.
Y de ahí viene esa definición que te rondaba por la cabeza.
¿Y qué puedes hacer con esto?
Pues lo primero es preguntarte si hay situaciones en tu día
a día en que renuncias a lo que quieres hacer o deberías hacer por los demás. Pregúntate
si te pasa a menudo y cómo te hace sentir esto. Y si llegas a la conclusión de
que no te mola, te va a tocar trabajarlo.
Como comprenderás, si hay tipos que escriben libros enteros
sobre esto, yo no te voy a dar la solución en una entrada. Pero si voy a
compartir contigo un truco:
No compres zapatos
Muchas veces, el tema de la asertividad viene por no ser
capaz de soportar la tensión de decirle que no a otra persona. De decepcionarla
o hacerla enfadar. La buena noticia es que esto se te pasa practicando. Así que
te propongo que hagas el siguiente ejercicio.
Ve a una tienda de zapatos y pruébate por lo menos 3 o 4
pares CON LA AYUDA DEL DEPENDIENTE. Después de estar un ratillo con el tema,
MÁRCHATE SIN COMPRAR NADA.
Como ves, la situación puede ser un poquillo embarazosa. Has
estado haciendo trabajar a una persona un rato para no vender nada. Cierto.
Pero esa persona está en la tienda para eso. Esa es su función y cobra por
ello. Además, el hecho de probarte unos zapatos no te obliga a comprarlos, ¿no?
Si repites el ejercicio varias veces y con otras cosas similares, empezarás a
perder el sentimiento de culpa y a poder expresar y realizar tus deseos. Eso
si, ponte de acuerdo con los demás tipos y tipas con suerte del blog
para no ir a la misma zapatería. Que tampoco es plan.
Actitud Agresiva
La asertividad también tiene otra faceta. No todo en la vida
es decir que no. Es posible que no tengas ningún problema con expresar tus
sentimientos y deseos, pero ¿lo haces de forma agresiva?
Así como ser pasivo es algo muy evidente para uno mismo
(enseguida identificas cuando haces algo que no quieres), ser agresivo es más
difícil de ver. Para empezar, hay que entender que agresividad y hostilidad no
sólo quiere decir patadas y gritos. Esas se ven claro. Cuando hablamos de
agresividad y de asertividad nos referimos a si impones tus criterios y deseos
a los demás.
Yo no hago eso.
¿Seguro? Como te he dicho, es más difícil que te des cuenta
de esto. Así que te propongo que te preguntes:
¿Con mis amigos/pareja/familía hacemos siempre lo que yo
quiero?
¿Soy líder de mi grupo?
¿Siempre tengo que organizar yo las cosas?
¿Soy la única que tomo decisiones?
¿Soy el único que toma buenas decisiones?
¿Me enfado si no hacemos lo que me gusta?
¿No me apunto a los planes que no me gustan?
¿Siempre discuto para ver que hacemos?
Podemos decir que los demás no dicen nada, no tienen
criterio o sus ideas son equivocadas. Si quieres lo puedes decir. Pero ya
empiezas a darte cuenta de que con alguna gente a veces te impones. Siento
decirte que también deberías trabajar el tema de la asertividad pero del otro
lado.
Esto también da para otro libro. Cuando publique el mío le
dedicaré unas páginas. Pero mientras tanto te voy a dejar otro truquillo:
Deja hablar, reflexiona y, de vez en cuando, cede.
Parece absurdo pero los tiros van por ahí. Si te das cuenta
de que a veces impones tu criterio a los demás y quieres dejar de hacerlo; la próxima
vez que veas a tu grupo y tengáis que decidir dónde ir, deja que hablen los demás
(nunca hay prisa para dar tu opinión), piensa si lo que dicen tiene sentido y,
de vez en cuando, apúntate a sus planes.
Ya me dirás que tal te va. Y si necesitas ayuda, conozco a un coach con suerte.
miércoles, 29 de mayo de 2013
Ojo con la euforia
Ahora mismo estoy empezando un proyecto para llevar la
inteligencia emocional a los coles y cuando se lo cuento a alguien lo primero
que me dice es:
¿Ezo que e' lo que e'?
Pues si te perdiste la entrada de inteligencia emocional,
te diré que básicamente se trata de conocer tus emociones y las emociones de
los demás y aprender a gestionarlas.
Como ya sabes, es un tema bastante habitual en este blog.
Desde que empezamos hemos hablado de como combatir el enfado y cómo hacer frente al miedo. También hemos hablado
del amor adolescente y hemos experimentado la pena y el terror.
Así que podríamos decir que sabemos bastante sobre esto de
emocionar. Pero aún nos quedan muchas emociones por ver y esta semana me
apetece hablarte de la euforia.
La euforia es esa sensación repentina de alegría que te hace
saltar y gritar. Normalmente se produce cuando te pasa algo inesperado y muy
bueno. Por ejemplo, te toca la lotería.
En ese momento, el cerebro te mete un chute de hormonas pa
celebrarlo y hace que todo tu cuerpo se ponga a tope de energía y te entren
ganas de hacerlo todo al momento, urgentemente. Además, el chute hace que te
desinhibas y que pierdas el miedo a actuar.
Seguramente mi compadre o mi socia te contarían esto de una
forma más técnica y completa pero pal caso ya nos vale. Prometo documentarme
algo más cuando escriba el libro.
Total, que estás a cien y disfrutando de tu premio. ¿Y para
qué sirve eso? Como ya te he dicho muchas veces, todas las emociones son adaptativas.
Lo que en términos psicológicos viene a resumir: sirven para la supervivencia
de la especie. ¿Y entonces la euforia para que sirve?
Pues la euforia sirve para que tengas toda la energía y
ningún impedimento para que hagas cuanto antes lo que el cerebro ha
identificado como bueno.
Genial, ¿no? Bueno, pues si y no. Como vimos en el secuestro
emocional, el cerebro emocional está preparado pa responder rápidamente así que
no le da tiempo a analizar la situación.
Por ejemplo, pongamos que llevas unos meses buscando trabajo
urgentemente para pagar el alquiler. En todo este tiempo tu cerebro se ha
especializado en este tema buscando la solución con todos sus recursos este
problema. Por eso, cuando de pronto te sale un trabajo, el sistema de
recompensa te pega el chute de alegría y energía para que no lo dejes pasar. Algo
así como: ¡Pisha! ¡No seas tonto y te lo vayan a quitar! ¡Corre! El problema es que el cerebro está tan
preocupado por el tema que no se da cuenta de que el curro es en otra ciudad y
no valora que te va a costar más la gasolina que el sueldo. Así que si le haces
caso, de pronto te verás con un problema mayor.
La verdad es que dada la situación laboral hoy, me voy a
tener que buscar otro ejemplo más típico y más peligroso.
Pongamos que vas a un casino, te juegas 20€ y ganas 40€.
¡Genial! Tu cerebro dice: tío, nos vamos a hacer de oro, ¡apuesta más! Así que
empiezas a apostar y apostar. El problema es que aunque pierdas, el chute de la
euforia te dura para rato así que sigues hasta que te dejas la pasta del
alquiler.
Como ves, la euforia te da la imperiosa necesidad de hacer
cosas, la energía para hacerlas y cortocircuita tu capacidad para razonar y
tener miedos. Es muy habitual que en episodios de euforia te endeudes, hagas
tratos estúpidos o incluso, en casos de patología, te creas que puedes volar y
lo intentes. Pero no te preocupes que esos casos suelen estar diagnosticados y
te habrías dado cuenta.
¿Y qué puedo hacer yo para evitarlo?
Pues aquí va el doble consejo de la semana y que viene a ser
el mismo que hemos visto con las otras emociones:
Cuando te domine una emoción, siéntela, disfrútala y no
tomes ninguna decisión.
Simplemente disfruta de tu euforia. Pásalo bien. Sal a
correr, salta, canta o llama a tu mejor amigo. Pero sobre todo, no tomes
ninguna decisión importante. No te compres una casa, tengas un hijo o llames a
tu exnovia. Porque créeme, cuando se pase la euforia te vas a arrepentir.
miércoles, 8 de mayo de 2013
Pena artificial
Hace un tiempo que mis días pasan sin demasiada actividad.
Veo que voy haciendo pocas cosas y que éstas no me producen emociones
suficientemente fuertes para que salgan. Me pasan cosas un poco tristes pero no
suficiente para llorar. Me pasan cosas que me molestan pero no llegan a
enfadarme. Y después de un tiempo siento que necesito experimentar estas
emociones para liberar el poso acumulado.
Así que hoy he decidido hacer un experimento que rompe un
poco con la dinámica de cada semana del blog. Hoy quiero llorar. Hoy voy a
jugar a crear una pena artificial que consiga emocionarme. Si te apetece
experimentar conmigo, adelante.
La habitación estaba fría como había estado todo el día. Y
sin embargo las sábanas estaban empapadas y yo seguía sudando. Después de todo
parece que me sentía nerviosa. Habían pasado solo 15 días desde que me dijeron
que era maligno. 15 días desde que me dijeron que se había extendido demasiado
para poder operarme. 15 días desde que el médico me dijo que me tendría que
despedir de lo míos. 15 días desde que, en ese mismo edificio, dos plantas más
abajo, balbuceé una pregunta: ¿cuando? 15 días desde que el doctor García me
respondió 15 días y empezase la
cuenta atrás.
Tenía que reconocer que el doctor había acertado con el
número.
- ¿Sólo... Sólo... 15 días...?
- Lo siento...
La respiración se volvió densa. Muy densa. Sólo 15 días...
Dos semanas... A penas un rato.
- Tómate tu tiempo para hacerte a la idea.
- ¿Qué tiempo?! ¡Si solo tengo 15 días! - le había gritado.
Siempre pensé que sería fuerte. Que no me derrumbaría. Que
si alguna vez me pasaba algo así, lucharía. Que me negaría a aceptar el
diagnóstico. Que pediría una segunda opinión. Pero la verdad siempre es más
sencilla. Más real.
Me quedé en blanco. Catatónica. Sin fuerzas para responder.
Ya había pasado la fase de negación antes de la biopsia. Ya me había rendido.
Por primera vez entendí al preso que va a ser fusilado y se queda impasible,
sin huir. Cuando la batalla está perdida, solo te queda la resignación.
Después de aquel grito me vestí y salí del hospital casi sin
darme cuenta. Si el doctor García me dio algún consejo, yo no lo oí. De hecho
no recuerdo haber oído nada hasta mitad de camino. Mi mente se había quedado en
ese número. 15. Siempre había sido mi número favorito. La niña bonita. Y ahora
mi reloj.
Y de todo eso ya habían pasado 15 días. Por la mañana sonó
mi alarma. Empecé a vomitar y a sentir retortijones y automáticamente miré el
calendario. Se había acabado mi tiempo. Dicen que lo sabes. Dicen que cuando
llega tu hora lo sientes. Pero a mi me pilló de imprevisto.
El viaje en ambulancia había pasado a cámara lenta. En
silencio. Los calmantes habían hecho su efecto y todo pareció pararse. Un
pequeño respiro. Al entrar en el hospital me llevaron a planta. Juan gritó y
discutió con los enfermeros. Quería que me ingresaran en urgencias. Intenté
decirle que no hacía falta pero no salió ninguna palabra de mis labios. Estaba
muy cansada y apenas pude ver cuando llego el doctor a hablar con él.
---
La habitación está muy fría y las sábanas empapadas. Hace
apenas 10 minutos que me he despertado y acaba de llegar el doctor.
- ¿Cómo vas? - Intenta sonreír pero no le sale. Supongo que
para él también es duro.
- He tenido días mejores. - Yo tampoco puedo sonreír.
Supongo que es normal.
- Me ha dicho tu marido que no quieres más calmantes.
- Quiero despedirme de los niños.
- Están fuera esperando.
Los dolores son insoportables pero quiero aguantar. Quiero
estar despierta para despedirme de ellos. Quiero disfrutar este último momento
con ellos. Quiero darles un beso antes de irme.
Primero entra Juan. Tiene los ojos rojos pero aún no ha
llorado. Está siendo fuerte por mi y por los niños. Gracias. Después entran
ellos. María corre hasta la cama y se lanza sobre mi. El pinchazo es casi
insoportable pero vale la pena. Empieza a hablar y a contarme su día:
- Mira mamá, en el cole nos han dicho que hagamos un dibujo
para el día de la madre y yo te he pintado en el jardín. ¡Mira que rosa tan
bonita! La seño ha dicho que te lo podía traer al hsopital. Los demás niños se
tienen que esperar al domingo para dárselo. ¿Te gusta?
- Oh, es precioso... – Se me escapa una lágrima.- Jorge, ven
para aquí.
Él sigue en la puerta, cogiendo la mano de su padre. Sabe lo
que pasa. O por lo menos lo intuye. Ya es mayor. Son solo 7 años pero ha
entendido que algo va mal. Se acerca despacio.
- Ven cariño. - Juan le sube a la cama. - ¿Qué traes ahí?
- Es un iglú que hemos hecho para el día de la madre.
- ¡Que bonito! - empiezo a moquear. Cada vez me cuesta más
aguantar las lágrimas. Ha llegado
el momento… - ¿Sabéis porque habéis venido hoy?
Jorge no dice nada y se queda mirando hacia el suelo. María
se queda callada esperando ver qué voy a decir.
- Hoy nos tenemos que despedir.
- ¿Por qué mamá? - Pregunta María.
- Porque me voy a ir al cielo.
- ¿Por qué mamá? – Siempre preguntando.
- Porque me ha llamado la abuelita que necesita mi ayuda.
- ¿Podemos ir contigo? - Miro a Juan y sé que él piensa lo
mismo.
- No cariño. Vosotros os tenéis que quedar aquí para
ayudarme a cuidar a la abuela Aurora.
- ¡No quiero que te vayas! - Ni yo cariño. Lo pienso pero en
vez de palabras me salen lágrimas y abrazo a los dos muy fuerte.
- Te quiero mamá - Me susurran al oído. Noto sus lágrimas en
mis mejillas.
Poco a poco se despegan de mí. Entra mi suegro y los coge de
la mano. Ellos le acompañan serios. Nunca les había visto tan callados. Por fin
nos quedamos solos Juan y yo. Él lleva un rato llorando en silencio. Se sienta
en la cama y me besa. Después me abraza y siento como se derrumba. Solloza
mientras yo lo abrazo con fuerza. Te voy a echar de menos amor.
Y entonces lo siento. Ha llegado el momento. Siempre pensé
que vería imágenes de mi vida pasada o de la que me voy a perder. Pero antes de
cerrar los ojos solo veo a mis hijos y mi marido. Después de todo, son lo único
que me importa. Los veo crecer, graduarse y casarse. Y una sonrisa sale de mis
labios. Sé que estaréis bien. Os estaré observando.
miércoles, 1 de mayo de 2013
Diálogo emocional
¿Hablas de hechos o emociones?
Muchas veces cuando discutes con otra persona te lías a
hablar de los “hechos”. Es que tú has
hecho esto que está MAL. Por supuesto, la otra persona dirá que está BIEN. Y
como cada uno tiene su punto de vista, será muy difícil llegar a una conclusión
común.
Por ejemplo, tu madre te dice que es muy importante
desayunar todos los días y tú pasas tres pueblos porque prefieres dormir 5
minutos más. Por más que discutáis, tu madre seguirá diciendo que desayunar te
ayuda a estar más despejado (lo cual es completamente cierto) y tu seguirás
diciendo que nadie se ha muerto por no desayunar ( lo que también es verdad salvo
que tampoco coma ni cene, pero eso ya es otra cosa). Podríais hacer una
convención mundial sobre el desayuno ¿pero sabes qué? Da igual a qué conclusión
lleguen los científicos de todo el mundo porque la discusión no va de eso. La
discusión no va del hecho en sí. La discusión no va de desayunar o no.
La discusión va de la importancia que tiene el tema para
cada uno y los sentimientos que genera. La discusión va de que para ella es
importante seguir siendo útil como madre y ayudarte a mejorar mientras que para
ti lo importante es ser independiente y poder tomar tus propias decisiones. La
discusión también va de sentimientos. De cómo tu madre siente que ya no eres un
punto de referencia para ella porque no le haces ni puñetero caso y de cómo tu
sientes que tu madre no ve que has madurado y menosprecia tu capacidad para
salir adelante.
Más allá del ejemplo en concreto, en estas discusiones te
centras en los hechos como si fueran una ley. Intentando tener la razón.
Buscando expertos en cada lado para que te la den. Pero da igual cuanto rato
hables, la otra persona siempre tendrá argumentos para no darte la razón.
Así que esta semana te propongo una vía alternativa de discutir
con alguien. Hoy te propongo: el diálogo emocional.
El diálogo emocional consiste en dejar el hecho a un lado y
hablar de cómo te sientes y la importancia que tiene para ti. Cambiar el esto
es así por esto hace que me sienta así. Cambiar el tienes que ser más puntual por el hecho de que
llegues tarde me hace sentir bastante incómodo.
Como ves, la primera consecuencia es que se acaba la
discusión. Si dices tienes que llegar a la hora, tu amigo te contestará que
no es médico y que no se va a morir nadie por llegar tarde. Y tendrá razón. Sin
embargo, si tu le dices que esperar te sienta mal, es indiscutible porque no
hablas del hecho sino de tus sentimientos y tus sentimientos son indiscutibles.
Además, si empiezas a hablar de tus sentimientos empezarás a
preguntarte cosas como ¿cuáles son
realmente mis sentimientos? ¿me preocupa la impuntualidad o perder mi tiempo?
¿mi enfado es proporcional al agravio?
Cuando acabes de preguntarte como te sientes tú, te saldrá
una duda ¿y el otro como se siente? ¿puede que esta discusión también le siente
mal?
Por otro lado, al hablar de tus sentimientos, la otra
persona también se empezará a hacer las mismas preguntas.
Como ves, el diálogo emocional se olvida por completo del
tema de desayunar o ser puntual y te permite conocer tus sentimientos y los de
la otra persona. Y como los sentimientos no están bien ni mal, se acabarán las
acusaciones y empezarán las soluciones.
Pero aún queda el punto más importante, ¿qué hacemos con el
tema? Al subjetivar el asunto, ya no se trata de si está bien o mal sino de lo
que tú quieres para sentirte mejor. Entonces te darás cuenta de que cuando
antes decías tienes que llegar puntual porque es lo correcto realmente
querías decir por favor, ¿podrías llegar puntual ya que esperar hace que me
sienta mal?.
Y eso lleva al último y gran punto del diálogo emocional.
Las discusiones sobre el bien y el mal se convierten en peticiones. Tú le pides
a otra persona algo que es importante para ti. Así que te invito que te
preguntes ¿es realmente importante para mi? ¿es importante para el otro? Y por
supuesto no te olvides de una cosa, cuando pides algo a otra persona, tiene el
derecho a decirte que no. Pero eso ya será para otra entrada.
¡Prueba el diálogo emocional y me cuentas!
miércoles, 6 de febrero de 2013
Principios de conducción del copiloto
Cuando alguien viene a contarte un problema lo primero que
haces es darle tu opinión y muchos consejos que crees que le van a ayudar a
solucionarlo. Tu proceso mental es:
Mi colega se siente mal --> La causa de su malestar es un problema --> Voy a darle soluciones.
Realmente ese pensamiento es muy lógico y se basa en tres
principios:
1) La única forma de que se sienta bien es solucionar el
problema.
2) Yo conozco la solución al problema.
3) Puedo solucionar el problema sin necesidad de que primero
se sienta bien.
Como ya te habrás dado cuenta, estos principios no siempre
son ciertos, así que antes de meterte en el berenjenal te propongo que tengas
en cuenta estos otros principios, los principios de conducción:
El principio de relatividad:
La velocidad del coche de tu amigo es relativa a la del tuyo
igual que la importancia de un problema es relativa a la persona.
Si tu estás parado será muy difícil que tu amigo te oiga
desde su coche a 180km/h. De la misma manera, un problema es importante cuando
IMPORTA (válgame la redundancia). Eso quiere decir que no hay problema grande
ni pequeño en si mismo, sino que los problemas dependen de cómo le sienten a
cada uno.
Por eso, si quieres ayudar a tu amigo tendrás que ponerte al
lado, a su velocidad, para que te oiga. Si el problema le importa mucho, deberá
importarte a ti. Aunque pienses que es una tontería, te invito a que veas lo
que le preocupa a tu amigo y que le des la importancia en función de cómo se
siente, no del problema en si.
El principio del cliente de taxi:
Para hablar con un taxista, súbete a un taxi.
Por eso mismo, si quieres ayudar a tu amigo no vale con
gritarle desde otro coche, tienes que subirte al suyo. Para entrar en el coche primero tendrás
que haberte puesto a su altura (Principio de relatividad) y luego asegurarle
que tenéis el mismo objetivo.
Y aquí es dónde está lo complicado: Por muy claro que veas
el camino, el objetivo lo tiene que elegir él. Como buen taxista, seguramente
sabe de todo y quizás hasta tenga razón, así que si quieres ayudarle escúchale
y es posible que te pregunte por tu opinión.
El principio del frenazo:
Si un coche va a 180 km/h y pones marcha atrás para frenarlo
lo más probable es que rompas el motor y que el coche empiece a dar vueltas de
campana. Así que no solo no frenarás sino que además perderás el control.
Pues con las emociones pasa lo mismo. Cuando alguien te
cuenta su problema es muy probable que esté en un momento de emoción
intensa. Seguramente lo verá todo
negro sin solución y solo pensará alternativas radicales. Como el coche a 180
km/h dirección al barranco. Al ver
a tu amigo en un pozo tan profundo, lo más normal es que metas la marcha atrás
con mil y una soluciones y pensamientos optimistas para ayudarlo pero acabéis
discutiendo en vueltas de campana.
El principio de la velocidad punta:
El coche es un Ford Fiesta del 89 con un motor de bicicleta
que solo pilla los 180 km/h en bajada, apagando la radio y con el huracán condor soplando por
detrás. Así que en cuanto acabe la
bajada o amaine el huracán, el coche volverá a sus 113km/h.
Las emociones intensas son cortas. Es posible que tu amigo
se encuentre muy mal o se ponga muy mal al contártelo, pero en cualquier caso,
ese momento de fin del mundo no es algo eterno. Puede que dure una hora, un día
o una semana. Pero no es más que su velocidad punta.
Y esa velocidad seguramente se deba al huracán de emociones
que no ha podido compartir. Así que escúchale y verás como el viento deja de
soplar tan fuerte. No metas mano al volante ni intentes frenar porque ya has
visto que os matareis, espera a que aminore un poco.
El principio del copiloto:
Solo se pueden cantar las curvas desde el asiento del
copiloto.
Te has puesto a su misma velocidad, has entrado en el coche
y has hablado con el esperando a que reduzca. Ya conduce más tranquilo y es posible
que ya haya encontrado el camino.
Además, después de tanto rato hablando seguramente te habrá
preguntado tu opinión y habrá visto si sabes del tema o no. Si conoces la
carretera mejor que él. Y si realmente la conoces, llegará el punto en que te
invite a sentarte delante, en el asiento del copiloto, cantando las curvas.
Entonces, solo entonces, podrás darle consejos útiles. Eso
si, no te olvides de quién conduce.
Si te conviertes en copiloto, venidme a recoger que estoy
cojo.
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