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miércoles, 11 de marzo de 2015

Confianza



Muchas veces necesitas que una persona que no te conoce de nada te ayude en algo, ya sea hacer tu trabajo, comprar el pan o darte un poco de cariño. Para eso, le pides que confíe en ti, que no se hará daño si te ayuda.  Esta persona, que no te conoce demasiado, tiene que hacer un acto de fe y creérselo. Acto de fe que será más o menos difícil dependiendo de lo que pidas; no es lo mismo decir que te llevas una barra de pan y ya la pagarás mañana que llevarte un Ferrari. También depende de sus propias experiencias. Si en el barrio todo el mundo se lleva la barra de pan y después nadie le paga, no creo que te deje marchar por mucho que el pan solo cueste 50 céntimos. Pero lo que realmente importa es lo que tú transmites. Esa sensación hecha de mil pequeñas cosas que le dice a la otra persona: si, soy buena gente, confía en mí. ¿Pero cómo puedes crear tú esa sensación? El otro día en una conferencia Pablo Adán compartió un truquillo que creo que puede ser muy útil: si les digo a los demás que soy como pueden comprobar que soy, genero confianza. La idea es tan sencilla como potente. La confianza no es más que asumir de que una persona actuará de una determinada manera en una situación, es como hacer una apuesta. Como en una partida de póker, tu interlocutor estará atento a todo lo que haces para anticiparse. Mirará si sudas o si te sale algún tic en el ojo para evitar que le saques todo el dinero. Lo que pasa es que en este caso no le quieres sacar el dinero, no estáis en equipos contrarios sino en el mismo bando. Así que si le quieres demostrar que no vas de farol, enséñale tus cartas. Dale información que pueda comprobar y que sea coherente con lo que le has explicado. Dile a la panadera que eres el sobrino de Paquita, la señora que compra dos panes de medio cada día.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Cazadores de mitos

Esta semana quiero jugar a los cazadores de mitos en la categoría “mitos de las emociones”. Concretamente quiero cazar un mito muy extendido y que no ayuda demasiado a ser feliz: existen las emociones buenas y malas. Como no tengo un equipo de americanos chiflados como el del programa de la tele, me voy a tener que conformar con desmontar el mito a base de palabros y esperar que te lo creas.

Pues al lío. No hay emociones buenas o malas, hay emociones. Si le preguntas a cualquier persona al azar qué emociones conoce, seguramente te va a mirar como a un ruso que le pregunte por una tienda de vodka. Y es que esto de las emociones no se estudia en el cole y lo vamos aprendiendo a trompicones. Alegría, pena, miedo… ¿te sabes más? ¡Da igual, no es un examen! El caso es que sabemos más bien poquillo de las emociones pero hay una cosa en que la mayoría coinciden, hay emociones buenas y emociones malas. La pena es mala, la alegría es buena, el enfado es malo, el amor es bueno… y así con todas. ¿Cómo haces esa clasificación? Pues en general llamamos “malas” a las emociones que vienen de la mano de un problema. La tristeza aparece con una pérdida, el miedo cuando detectas una amenaza y la rabia cuando vives un conflicto. De hecho, estas emociones están tan ligadas a los problemas que te sirven para confirmar que te pasa algo malo. No te das cuenta de lo mal que estás hasta que lloras. Como nadie te ha enseñado a manejar las emociones, crees que si consigues no llorar, el problema no será tan grave, si no lloro no es para tanto. Así, sin darte cuenta, empiezas a contener el llanto y a bloquear esas emociones “negativas”. Esto no es muy bueno, ni muy sano y ni siquiera es práctico porque estas emociones que llamamos malas tienen una función muy importante y, al bloquearlas, no las estás dejando trabajar.

¿Cuál es su función? Las emociones sirven para ayudarte a sobrevivir. Aquí dónde nos leyendo por internet con nuestro smartphone, los seres humanos éramos monos hasta hace dos días. Eso de ser un mono era muy peligroso, cuando no te comía un tigre te mataba una seta venenosa, así que nuestro cerebro primitivo se inventó una emoción para cada ocasión. El asco para que no te vuelvas a llevar a la boca algo que no te sentó bien, el miedo para salir por patas ante un peligro, la alegría para darte energía para seguir haciendo aquello que es bueno para ti, etc… Un buen sistema en el que cada emoción tiene su función lo que desmonta nuestro mito: cualquier emoción te puede ayudar i por tanto todas pueden ser buenas. El problema es que nuestro coco es como Internet Explorer y va algo retrasado con las actualizaciones así que las emociones aún no se han adaptado a la vida en la ciudad y no siempre funcionan como deberían. El miedo, que en la selva te servía para huir de cualquier depredador, no parece muy práctico cuando tienes que dar una conferencia. Por eso hasta las emociones que llamamos “buenas” te pueden perjudicar mucho, y sino pregúntale al que se gasta su sueldo jugando a la ruleta en medio de un subidón.


Así que, volviendo al mito, si me preguntas yo te diré que no hay emociones buenas ni emociones malas, cada una tiene su función y lo que tienes que ver es si te sirve o no te sirve.

jueves, 29 de enero de 2015

El sufrimiento es un juego de atención

Mis primos de Valencia, a los que aprovecho a dedicar la entrada, siempre me hacen reflexionar.  El otro día hablando con Rafa sobre lo complicadas que son algunas situaciones en la vida me dijo una frase que aún estoy saboreando: el sufrimiento es un juego de atención.

Si nos ponemos literales, eso del dolor no es más que un sistema de alerta, una alarma que enciende el cuerpo para decirte: chaval, hay algo que no va bien. En principio parece un sistema bastante útil para que pongas remedio a algo que tu cuerpo no puede hacer por sí mismo. Te duele el tobillo y por lo pronto lo dejas de apoyar, así no te lo rompes más. Además, tarde o temprano te vas a un médico a que te haga algo para que no duela, lo que suele ser curarlo. El problema es que aunque te pongan una escayola y tú ya hayas hecho todo lo que está en tu mano, o en este caso tu pie, para curarte, el cuerpo te sigue avisando y el dolor no se va. Es como si la alarma de tu coche se tirase pitando 3 días después del robo. Esto, aparte de ser algo poco útil, molesta bastante, así que le pedimos al señor o señora médico que nos recete algo para que no duela o al mecánico que desconecte el pitido.


El problema viene cuando el sistema de alarma no tiene que ver con lo físico o lo material sino con lo emocional. Pongamos que te deja tu pareja. Estarás de acuerdo en que eso duele bastante, a veces hasta llega a ser un dolor físico. Es tu mente gritando a todo pulmón que no quiere que te dejen. Lo normal es pasar por las fases del duelo desde la negación (esto no está pasando) hasta la aceptación (ah, sí, salíamos juntos), pero esto ya lo dejo para otra entrada. El caso es que una vez has evaluado la situación, has visto que se ha acabado  y te has escayolado el corazón para que se recupere, ya no queda más que esperar. Pero mientras esperas el dolor puede ser bastante insoportable y aquí es donde entra la frase de mi primo. Lo siento, no hay analgésicos para este tipo de dolor, el alcohol es una opción a corto plazo que suele acabar con llanto a las 6 de la mañana y resaca al día siguiente. Así que aquí vamos a tener que jugar a otra cosa, te propongo que juegues al juego de la atención. Tu cabeza, que no se ha enterado de que tu pareja no te quiere, se empeña en recordarte todo el rato lo genial que era para que intentes volver. Un poco como una madre encariñada con su yerno. Así que el truco que te propongo esta semana es que desvíes la atención. ¿Cómo? Dándole otra cosa en que pensar. Un libro, un videojuego, deporte, conversaciones con amigos, etc… cualquier acción que requiera que participes activamente pensando. De esta manera tu cerebro estará ocupado y se olvidará de dolerte. Lo bueno es que esto vale para cualquier dolor del corazón: soledad, decepción, pena… Ojo, esto no te curará, no es más que un analgésico emocional, pero facilita bastante la recuperación.  Pruébalo y me cuentas.

miércoles, 9 de julio de 2014

El Plan Tokio


Ayer estaba hablando con una amiga que últimamente no está teniendo muy buena suerte ni ella ni su entorno. La pobre va de sacudida en sacudida, emocional se entiende, y tratando de echar un cable se me ocurrió la idea que hoy te traigo: el síndrome de Tokio.

Por no extenderme demasiado, digamos que la vida, tan bonita como complicada, de vez en cuando te sorprende con un terremoto, seísmo para los seistas, que remueve todo lo que tienes dentro a nivel emocional. Aunque nosotros sólo veamos las consecuencias (calles partidas, edificios derrumbados, etc…) del epicentro, las causas suelen tener origen en partes más profundas de uno mismo, el hipocentro vamos. Igual que pasa con la naturaleza, algunos de los terremotos se pueden preveer con mucha antelación, como la vuelta a casa después de una estancia larga en el extranjero, o con menos margen, como el fin de una relación. Y algunos nos pillan completamente por sorpresa y entonces, a todos los daños, hay que sumar la estupefacción y la falta de preparación.

En cualquier caso, si te ha pasado, sabes de que estoy hablando. Con un poco de suerte, has tenido “sólo” uno de estos desastres. Te habrá tocado hacer sonar las sirenas, llamar a los bomberos y ver las ambulancias corriendo de un lado a otro. Vamos, un show que te deja la patata (el corazón) patas arriba durante un tiempo. Pero a veces la vida va más allá y parece que vives en medio de la falla del pacífico con un terremoto tras otro sin poder recuperarte entre temblor, réplica y siguiente temblor como le pasa a mi amiga. Ante eso, el plan de emergencia convencional se queda algo corto así que empecé a buscar soluciones y se me ocurrieron 3.

La primera, podríamos llamarla el Plan Texas. Como sabrás, en esa región del país más evolucionado del mundo son típicas las sillas eléctricas y los tornados, ¿quién no ha visto Twister con la vaca volando? Cada año tienen la temporada de los tornados como aquí tenemos la temporada de naranjas sólo que éstos primos ventosos de los terremotos son más indigestos. Y tú te preguntarás, ¿qué hace la primera potencia mundial para evitarlo? ¿Construyen casas de piedra como el cerdito mayor? Pues no, no hacen nada, se hacen casas de laminas de madera finita y que, a juzgar por como vuelan, no deben estar muy bien clavadas, y cuando viene Catrina todo son llantos. Un par de semanas de hambruna y a reconstruir otra vez la casita de papel. Bueno, yo no soy experto en seguridad ciudadana pero me parece que este plan no me mola mucho.

La segunda opción es el Plan Mallorca.  Éste viene de la mano de los alemanes, que hartos del mal clima de su región y de comer salchicha (porqué no decirlo), ahorran toda su vida para venirse a vivir a España, que seremos pobres pero vivimos mejor que nadie. Así que otra opción que tienes ante tanto terremoto es hacer las maletas y trasladarte, al fin y al cabo, no todo el planeta es falla. No parece mal plan, si puedes aplicarlo. Y es que a veces tu casita está construida con tu familia, amigos y otro sin fin de cosas que no quieres abandonar a pesar de los terremotos.

¿Y entonces qué puedes hacer? Pues se me ocurrió la tercera opción, el Plan Tokio. Dándole vueltas pensé que había gente que conseguía vivir en zonas de terremotos y ser muy feliz. ¿Cómo lo hacen? Pues después de tirarse un tiempo quitando escombros y reconstruyendo rascacielos, a esta gente de ojos rasgados se les ocurrió: ¿y si hacemos edificios que no se caigan con los temblores? ¿Y eso cómo se hace? Pues mientras los demás estaban empeñados en hacer cimientos más sólidos para evitar que el edificio se moviese, a ellos se les ocurrió que el secreto para no romperse era precisamente lo contrario. Si intentas resistirte a una fuerza mucho mayor que tú, al final te acabas por romper, mientras que si lo que haces es bailar con esa fuerza, aunque te mueves mucho más, consigues atenuar el impacto y evitar el daño.

Cuando le conté a mi amiga mi idea (para ser sincero, sólo hizo falta mencionar la ciudad para que entendiese el concepto), le gustó mucho y quiso probarla pero me preguntó “¿y cómo aplico yo el Plan Tokio en mi vida?  Porque una cosa es construir edificios y otra es hacer frente a las emociones.” La verdad es que me volvió a dejar pensativo y después de darle unas vueltas me he dado cuenta de que ella misma tiene la respuesta: tiene unos cimientos sólidos pero móviles. Ante toda la avalancha de emociones que está recibiendo estos días, ella es capaz de fluir, llorar cuando tiene que llorar, estar alegre o enfadada según el momento, moverse con el terremoto. Ella no se resiste, no niega los hechos, no intenta estar alegre por todos los medios ni ser optimista de cara a la galería. Pero a la vez, controla sus oscilaciones para que el edificio no vaya de un lado a otro de la calle. Vive las emociones negativas pero es capaz de volver a las positivas cuando tiene motivos en un vaivén que atenúa los temblores. Y además de todo esto, tiene un plan de emergencia muy claro, sabe que en el momento que tiembla el suelo, no es momento de decidir nada, es momento de protegerse y esperar a que pase. Pero a la vez es capaz de proyectar los planes para el futuro sin dejar que el pánico la domine. Y como resultado de todo esto, aunque el mundo se derrumbe a su alrededor, ella es capaz de seguir adelante, con algún que otro mueble en el suelo y los papeles derramados por toda la oficina, pero nada que no se pueda recoger en un par de mañanas.

Así que, después de todo lo que he pensado, sólo le queda decirle una cosa a mi amiga: sigue haciendo lo que haces, que lo haces muy bien. Ah, y darle las gracias por inspirar estas ideas que seguro que ayudarán a más tipos y tipas con suerte.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Año nuevo chino


Lo que más me gusta del año nuevo chino es que siempre me pilla desprevenido. Te levantas un día de febrero y te dicen que es fin de año en China y tú te lo tienes que creer porque, como yo, no tienes idea del calendario oriental. Ya que nos ponemos, te diré que una amiga que ha vivido allí me ha contado que el calendario se basa en las fases lunares y cae entre enero y febrero,  por eso no coincide con el nuestro. También me ha contado que si tienes suerte y tienes amigos chinos que te invitan a la fiesta podrás tirar petardos, participar de la entrega de sobres rojos (el dinero más comunista) y comer los fideos de la suerte (cuanto más largos, más suerte) y los 12 raviolis (sus 12 uvas).  ¡Y lo mejor es que todo esto es fuera de programa!

Esta idea me hizo reflexionar y creo que podemos aplicar este concepto a otras cosas de la vida. Hace un tiempo hablamos de ser detallista, de como una pequeña cosa puede generar muy buen rollo y traer mucha suerte, que es por lo que escribo cada semana. ¿Y si le añadimos el factor sorpresa? Està muy bien hacer un regalo de cumpleaños, unos bombones por San Valentín y una rosa por San Jordi, de hecho, más allà de si es comercial o no, creo que estas cosas también generan buen rollo. ¿Pero que pasa si regalas una rosa mañana? ¿Y si pruebas de decir "te quiero" o reconocer el trabajo de un compañero sin venir a cuento?

Hacer las cosas por sorpresa tiene un punto mágico (si me permites la cursilería). Cada emoción tiene una función específica y la sorpresa no podía ser menos. Nuestro coco, que está pensado para sobrevivir, cuando ve una cosa que le sorprende pone toda su atención para determinar rápidamente si hay que huir o acercarse. Si te fijas, cuando te sorprendes todo el cuerpo se para, suben tus cejas y abres bien los ojos para ver mejor y también oyes mucho más. Por eso, cuando sorprendes a alguien, consigues captar su atención. Además, al ser inesperado, el cerebro lo identifica como algo nuevo y se olvida por un momento de los prejuicios. Si alguien que te cal mal hace algo bueno por ti, le empiezas a ver de otra manera, te cae mejor. Por último, la memoria a largo plazo funciona por repetición o por emoción. Cuando sorprendes a alguien, estás generando una emoción y si además le gusta, ya tienes dos emociones, eso hará que la persona se acuerde del detalle por mucho tiempo.

Mi primer año nuevo chino fue un regalo de un compañero de erasmus. Antes de volver a su país me regaló una camiseta de la selección de México y me pilló por sorpresa. El detalle me encantó y me hizo cambiar mi visión al darme cuenta de que él realmente me apreciaba. Es un detalle que no se me olvidará nunca y que fue el principio de una gran amistad que me ha llevado a visitar el país del tequila.

No hace falta esperar a la fecha señalada para hacer, decir  o dar una cosa buena; si es buena, no te la guardes.  Así que hoy quiero dar las gracias a Roberto por su detalle y a Raquel por compartir conmigo su experiencia china ¿Te apuntas a practicar el año nuevo chino?

miércoles, 12 de marzo de 2014

Transferencia emocional: ¿Qué es?


¿Te suena la palabra transferencia? Pues a la Infanta no, y eso que hay un montón de tipos de transferencias. Están las que recibe Urdangarín, que son bancarias, y las hay que son electrónicas, con las que pagas el alquiler. Pero también hay otro tipo de transferencias que no tienen nada que ver con el dinero, por ejemplo la transferencia de competencias… Bueno, éstas a veces también tienen que ver con el dinero, sobre todo cuando son competencias autonómicas. Pero de las que te quiero hablar son otro tipo de transferencias, éstas sí, libres de significado económico: las transferencias de emociones.

Como vimos de la mano de mi compadre Fernando, el científico más enrollado desde Beakman, el cerebro funciona con ondas electromagnéticascapaces de influir en los demás. A veces, estas ondas sirven para compartir la coherencia neuronal, lo que los mortales llamamos buen rollo. Pero no sólo se comparte el buen rollo. Aunque no tenga la misma base científica que la famosa coherencia neuronal, la transferencia emocional funciona de una forma parecida y nos afecta bastante más en nuestro día a día.

¿De que va esto? Pues tan sencillo como literal,  de transferir emociones. Se trata del fenómeno de hacer que otra persona sienta la emoción que tu sientes en ese momento o viceversa, que una persona te haga sentir la emoción que siente ella. Además, una característica de la transferencia emocional es que la emoción transferida no se corresponde con el estado en el que se encuentra el que la recibe. ¿Claro? Mejor un par de ejemplos:

Una hora antes de un examen, tu estás tranquilamente en la biblioteca pegando el último repaso. Por una vez has estudiado bien y sabes que lo vas a sacar. De pronto, irrumpe en tu mesa el típico agobiao de última hora. Lleva los apuntes en la mano medio arrugados y nada más sentarse empieza a preguntar mil cosas. De vez en cuando da un soplido y se lleva una mano a la cabeza mientras anota las respuestas en el lateral de un folio y repite: es imposible que apruebe. Tú, que estabas en paz con el mundo, te empiezas a poner de los nervios nada más de verle. Además, al oír tantas preguntas y verle resoplar, empiezas a preocuparte y a pensar que el examen es  muy difícil y que tú tampoco lo vas a aprobar. Efectivamente, acabas de ser víctima de una transferencia emocional. Tu querido amigo te ha pasado una emoción que no era tuya, su estrés.

El típico día que todo sale mal. No suena el despertador y te levantas tan tarde que no te da tiempo ni a ducharte. Vas a desayunar pero te das cuenta de que sólo queda medio vaso de leche que además esta agria. Para colmo, te vas a lavar los dientes y te acuerdas de que tenías que haber comprado pasta ayer por la tarde. Llegas tarde al trabajo lo que te hace ganar la primera bronca del jefe. Otra bronca del cliente y una discusión con tu compañero que es incapaz de hacer su trabajo. A la hora de comer te das cuenta que te has dejado el tupper en la encimera de la cocina así que no tienes nada que llevarte a la boca. Para más INRI, la comida se pondrá mala y no podrás ni cenarla. Dos broncas más por la tarde y un estúpido que se salta un ceda y te da un susto de muerte. Llegas a casa y encuentras a tu pareja, compañero de piso o hermano tirado en el sofá más a gusto que en brazos. No sabes bien que pasa pero al cabo de 10 minutos estáis los dos gritando. Él, que parecía tan tranquilo, lleva un cabreo de tres pares de narices. ¿Por qué? Pues porque ahora has sido tú quien has transferido tu emoción a la otra persona.

La transferencia de emociones se puede hacer con cualquiera del amplio abanico de posibilidades que tenemos. Se puede transmitir enfado, pena, alegría, miedo, asco… ¿Porqué pasa esto? ¿Se puede evitar? ¿Qué podría hacer para evitarlo? Eso mejor lo dejamos para otra entrada. Hoy te dejo una ginquestion:

¿Eres consciente de las emociones que transmites a los demás?

miércoles, 19 de febrero de 2014

¿Cuánto hace que no lloras?


¿Llorar? ¿Para qué? Eso no sirve para nada, ¿o si?

Como ya vimos, la tristeza es la encargada de ayudarte a curar las heridas. Aparece cuando te han hecho daño y te invade por todo el cuerpo y te entran unas ganas terribles de hacerte bolita en la cama. A priori la sensación no es muy agradable, pero tiene su función. Estar hecho una bola en tu cama te permite centrarte en ti mismo lamerte las heridas. En ese momento, te aíslas del mundo y puedes dedicar un rato a algo que no hacemos a menudo: pensar en uno mismo sin ruido. Te permite analizar el problema (con más o menos sufrimiento) y de ese análisis surgen con el tiempo las herramientas que te pueden ayudar en el futuro. Además, la pena también sirve para despertar la empatía de los demás. Si ves a alguien que te importa sufriendo, desconectas de lo que estás haciendo para ayudarle. La verdad es que cuesta mucho ver llorar a alguien.

Como ves, parece que la tristeza es bastante útil. El problema es que es una sensación desagradable. Esta emoción siempre llega de la mano de algo malo y llorar es reconocer la desgracia, admitir que las cosas van mal. Mientras no llores, el problema se queda en el limbo de los nonatos. Por eso muchas veces nos empeñamos en no hacerlo. Para la poca inteligencia emocional que tenemos, sacamos un abanico enorme de técnicas para reprimir las emociones: negación, racionalización, disociación… Y la verdad es que lo conseguimos.  Con un poco de suerte (mala suerte), lo consigues y sacas tu mejor sonrisa (postiza) para seguir adelante.

De cara a la galería puede parecer que estás bien, incluso si te esfuerzas, te lo creerás hasta tú. Pero omitir los problemas no los soluciona. Y la herida sigue allí hasta que le des un par de lametazos bien dados. Además, como ya hemos dicho, la tristeza hace que los demás se sientan mal y te quieran ayudar. Eso, que a priori es bueno, a veces lleva a situaciones un poco extremas. Y es que la gente soporta tan poco que estés mal, que con más voluntad que tino, te fuerzan a estar bien. En el mejor de los casos lo consiguen y en el peor, lo que consiguen es presionarte hasta que fuerzas la sonrisa para que no se sientan mal.

Total, que por H o por B, te saltas la pena y tiras para adelante. Si la herida no era muy profunda, poco a poco cerrará pero como no estás haciendo reposo, al siguiente movimiento brusco se puede volver a abrir.

Así que el truco de esta semana es sencillo: la tristeza tiene su función, deja que la haga. Y si no te sale llorar, siempre puedes tirar de la pena artificial.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Elige tus batallas

Mi jefe no me hace ni caso. Siempre que le propongo algo me dice que no. Nunca escucha mi opinión. Nunca se hace lo que digo yo...

¿Te suena? Pues por desgracia creo que sí. Muchos días, sobre todo lunes, se nos llena la boca de quejas de este tipo. Como puedes imaginar, esto no trae ni buen rollo ni suerte. Así que este #miercolesdesuerte comparto contigo unos truquillos  para que empiecen a tenerte en cuenta en tu trabajo.


¿Son hechos objetivos?

Bueno, lo primero que te recomiendo es que reflexiones si esas quejas son hechos objetivos. ¿Es cierto que tu jefe no te hace ni caso? ¿No te dirige la palabra? ¿No te saluda? ¿No escucha cuando le hablas? ¿Nunca se hace lo que tú quieres? ¿No recuerdas ni una sola vez en que se hiciera lo que tu querías? ¿Ni una? ¿De verdad?

Como ves, seguramente ese discurso de lunes no suele ser muy objetivo. Así que te recomiendo el siguiente paso:


Reformula

Tan sencillo como darle una vuelta a las frases para cambiarlas por otras más objetivas. Para ello te dejo un par de trucos:

Elimina exageraciones: siempre, nunca, todo, nada... Son palabras bastante absolutas que rara vez describen lo que pasa de verdad.

Especifica: muchas veces hablas en general cuando el problema es algo específico. ¿Tu jefe no te hace caso o tu jefe no te ha hecho caso hoy? ¿O tu jefe no te hace caso en un tema en concreto? Cuanto más especifiques, más se acercará lo que dices a la realidad.

Emocionaliza: ya hablamos del diálogo emocional y hablaremos más adelante así que hoy no profundizaré demasiado. Solo te diré que muchas veces hablas de hechos cuando lo que realmente ocupa tu mente son sentimientos. No es lo mismo decir mi jefe no me hace caso que decir SIENTO que mi jefe no me hace caso, ¿verdad?

Con estos truquillos cambiarás la forma de hablar y seguramente de pensar. Con un poco de suerte ya te sientes mejor. Pero por desgracia, algunas veces hasta tienes razón y resulta que es cierto. No te hacen ni caso. Pues para eso tengo el truco estrella de esta semana:

Elige tus batallas

Si resulta que tu jefe no te hace demasiado caso, cada decisión se convierte en una batalla. Y esto requiere de estrategia "militar". Y esta estrategia consiste en elegir tus batallas:

No luches batallas que no puedes ganar: Si tienes claro que no vas a ganar la batalla, lo mejor es que no la empieces. Centra tus esfuerzos sólo en aquellas batallas en las que tienes una posibilidad real de ganar. Como comprenderás, eso de las batallas no crea mucho buen rollo, a ti te desgasta y tu jefe se cansa.

No luches batallas por la caseta del perro: Si el objetivo no es muy importante para ti, ríndete antes de empezar. Al conceder la victoria al jefe, se rebajara la tensión general y quizás te compense en la próxima decisión.

No pienses en la batalla, piensa en la guerra: Muchas veces te embarcas en batallas y pierdes el objetivo final de tu causa. ¿Qué es lo que pretendes conseguir a largo plazo? Si quieres que tenga en cuenta tu opinión, quizás no es mala idea que le des la razón al principio para que vea que pensáis igual y así ganarte su confianza.

Date cuenta de que no hay guerra: El objetivo de tu jefe es el mismo que el tuyo, que él gane dinero (para eso te contrata). Así que los dos lucháis por lo mismo. Es posible que él no vea que con tus ideas la empresa iría mejor. Pero piensa que hasta puede tener razón. Y en cualquier caso, es su empresa, así que si la cosa no va bien piensa en Lina Morgan.

miércoles, 17 de julio de 2013

Asertividad


El otro día con unas amigas salió el tema de la asertividad. Asertividad… creo que es una de esas palabras que has oído mil veces y que te crees que sabes que significa hasta que te toca explicarla. Como abnegación o idiosincrasia. Hay algo en tu mente que te dice por dónde van los tiros pero en el fondo no tienes ni la más mínima idea.

Pues bien, como esto de la asertividad también tiene mucho que ver con el buen rollo, he decidido echarle un vistazo y compartir contigo algunas ideas.

Cuando te preguntan qué es asertividad, lo primero que pasa por tu mente es: saber decir que no.

La cosa va por ahí, pero no solo por ahí. Así que ahora que ya tienes un poco de lío en la cabeza, voy a tratar de definir la idea:

Asertividad es la habilidad de una persona para expresar sus emociones y sus deseos a los demás sin hostilidad ni agresividad.

¡Olé tú! ¿Pero eso qué es lo que es?

Pues se trata de encontrar el punto medio entre la pasividad y la agresividad. Ser capaz de hacer y expresar lo que quieres sin imponerlo a los demás… Como ves, a la asertividad se suele llegar desde dos caminos. Por un lado están las personas que dicen a todo que si (pasivas) y por otro lado las personas que imponen a los demás lo que quieren ellas (agresivas).

Actitud Pasiva

Siempre digo que si a todo. Siempre hago lo que dicen los demás. Nunca hago lo que quiero… ¿Te suena? Pues seguramente eres una persona pasiva. Una persona que prefiere hacer lo que digan los demás con tal de no llevar la contraria. Es más, aunque no seas ese tipo de persona, estoy seguro de que más de una vez en tu vida te encuentras haciendo cosas que no quieres hacer y sintiéndote un poco mal.

No te preocupes, a parte de ser una cosa muy habitual, nadie dice que sea malo ni bueno. No se trata de juzgar, la pregunta es si te sirve o no te sirve. Hay muchas situaciones en las que prefieres hacer algo que no te gusta porque es lo que quiere la mayoría o simplemente por darle el gusto a otra persona. Si todos tus amigos quieren ir de discoteca, lo lógico es que te vayas con ellos. O si tu pareja quiere ir al cine a ver a Julia Roberts, pues tampoco pasa nada por ir.

El tema es aquellas situaciones que van un paso más allá. No solo haces algo que no quieres hacer, sino que además eso te hace sentir mal. Esto suele pasar cuando haces cosas que van contra tus principios. Si un amigo te ofrece droga, si un cliente te invita a señoritas o si tienes que matar a tu hermano por un ajuste de cuentas. O, si no eres un mafioso, algo tan sencillo como no ser capaz de decirle al camarero que se ha olvidado poner cebolla en la hamburguesa.
En esas situaciones prefieres renunciar a lo que crees que deberías hacer para evitar una situación incómoda con otra persona. Aquí es cuando un amigo te dice:

- Tío, tienes que aprender a decir que no.

Y de ahí viene esa definición que te rondaba por la cabeza.

¿Y qué puedes hacer con esto?

Pues lo primero es preguntarte si hay situaciones en tu día a día en que renuncias a lo que quieres hacer o deberías hacer por los demás. Pregúntate si te pasa a menudo y cómo te hace sentir esto. Y si llegas a la conclusión de que no te mola, te va a tocar trabajarlo.

Como comprenderás, si hay tipos que escriben libros enteros sobre esto, yo no te voy a dar la solución en una entrada. Pero si voy a compartir contigo un truco:

No compres zapatos

Muchas veces, el tema de la asertividad viene por no ser capaz de soportar la tensión de decirle que no a otra persona. De decepcionarla o hacerla enfadar. La buena noticia es que esto se te pasa practicando. Así que te propongo que hagas el siguiente ejercicio.

Ve a una tienda de zapatos y pruébate por lo menos 3 o 4 pares CON LA AYUDA DEL DEPENDIENTE. Después de estar un ratillo con el tema, MÁRCHATE SIN COMPRAR NADA.

Como ves, la situación puede ser un poquillo embarazosa. Has estado haciendo trabajar a una persona un rato para no vender nada. Cierto. Pero esa persona está en la tienda para eso. Esa es su función y cobra por ello. Además, el hecho de probarte unos zapatos no te obliga a comprarlos, ¿no? Si repites el ejercicio varias veces y con otras cosas similares, empezarás a perder el sentimiento de culpa y a poder expresar y realizar tus deseos. Eso si, ponte de acuerdo con los demás tipos y tipas con suerte del blog para no ir a la misma zapatería. Que tampoco es plan.



Actitud Agresiva

La asertividad también tiene otra faceta. No todo en la vida es decir que no. Es posible que no tengas ningún problema con expresar tus sentimientos y deseos, pero ¿lo haces de forma agresiva?

Así como ser pasivo es algo muy evidente para uno mismo (enseguida identificas cuando haces algo que no quieres), ser agresivo es más difícil de ver. Para empezar, hay que entender que agresividad y hostilidad no sólo quiere decir patadas y gritos. Esas se ven claro. Cuando hablamos de agresividad y de asertividad nos referimos a si impones tus criterios y deseos a los demás.

Yo no hago eso.

¿Seguro? Como te he dicho, es más difícil que te des cuenta de esto. Así que te propongo que te preguntes:

¿Con mis amigos/pareja/familía hacemos siempre lo que yo quiero?
¿Soy líder de mi grupo?
¿Siempre tengo que organizar yo las cosas?
¿Soy la única que tomo decisiones?
¿Soy el único que toma buenas decisiones?
¿Me enfado si no hacemos lo que me gusta?
¿No me apunto a los planes que no me gustan?
¿Siempre discuto para ver que hacemos?

Podemos decir que los demás no dicen nada, no tienen criterio o sus ideas son equivocadas. Si quieres lo puedes decir. Pero ya empiezas a darte cuenta de que con alguna gente a veces te impones. Siento decirte que también deberías trabajar el tema de la asertividad pero del otro lado.

Esto también da para otro libro. Cuando publique el mío le dedicaré unas páginas. Pero mientras tanto te voy a dejar otro truquillo:

Deja hablar, reflexiona y, de vez en cuando, cede.

Parece absurdo pero los tiros van por ahí. Si te das cuenta de que a veces impones tu criterio a los demás y quieres dejar de hacerlo; la próxima vez que veas a tu grupo y tengáis que decidir dónde ir, deja que hablen los demás (nunca hay prisa para dar tu opinión), piensa si lo que dicen tiene sentido y, de vez en cuando, apúntate a sus planes.

Ya me dirás que tal te va. Y si necesitas ayuda, conozco a un coach con suerte.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Ojo con la euforia


Ahora mismo estoy empezando un proyecto para llevar la inteligencia emocional a los coles y cuando se lo cuento a alguien lo primero que me dice es:

¿Ezo que e' lo que e'?

Pues si te perdiste la entrada de inteligencia emocional, te diré que básicamente se trata de conocer tus emociones y las emociones de los demás y aprender a gestionarlas.

Como ya sabes, es un tema bastante habitual en este blog. Desde que empezamos hemos hablado de como combatir el enfado y cómo hacer frente al miedo. También hemos hablado del amor adolescente y hemos experimentado la pena y el terror.

Así que podríamos decir que sabemos bastante sobre esto de emocionar. Pero aún nos quedan muchas emociones por ver y esta semana me apetece hablarte de la euforia.

La euforia es esa sensación repentina de alegría que te hace saltar y gritar. Normalmente se produce cuando te pasa algo inesperado y muy bueno. Por ejemplo, te toca la lotería.

En ese momento, el cerebro te mete un chute de hormonas pa celebrarlo y hace que todo tu cuerpo se ponga a tope de energía y te entren ganas de hacerlo todo al momento, urgentemente. Además, el chute hace que te desinhibas y que pierdas el miedo a actuar.

Seguramente mi compadre o mi socia te contarían esto de una forma más técnica y completa pero pal caso ya nos vale. Prometo documentarme algo más cuando escriba el libro.

Total, que estás a cien y disfrutando de tu premio. ¿Y para qué sirve eso? Como ya te he dicho muchas veces, todas las emociones son adaptativas. Lo que en términos psicológicos viene a resumir: sirven para la supervivencia de la especie. ¿Y entonces la euforia para que sirve?

Pues la euforia sirve para que tengas toda la energía y ningún impedimento para que hagas cuanto antes lo que el cerebro ha identificado como bueno.

Genial, ¿no? Bueno, pues si y no. Como vimos en el secuestro emocional, el cerebro emocional está preparado pa responder rápidamente así que no le da tiempo a analizar la situación.

Por ejemplo, pongamos que llevas unos meses buscando trabajo urgentemente para pagar el alquiler. En todo este tiempo tu cerebro se ha especializado en este tema buscando la solución con todos sus recursos este problema. Por eso, cuando de pronto te sale un trabajo, el sistema de recompensa te pega el chute de alegría y energía para que no lo dejes pasar. Algo así como: ¡Pisha! ¡No seas tonto y te lo vayan a quitar! ¡Corre! El  problema es que el cerebro está tan preocupado por el tema que no se da cuenta de que el curro es en otra ciudad y no valora que te va a costar más la gasolina que el sueldo. Así que si le haces caso, de pronto te verás con un problema mayor.

La verdad es que dada la situación laboral hoy, me voy a tener que buscar otro ejemplo más típico y más peligroso.

Pongamos que vas a un casino, te juegas 20€ y ganas 40€. ¡Genial! Tu cerebro dice: tío, nos vamos a hacer de oro, ¡apuesta más! Así que empiezas a apostar y apostar. El problema es que aunque pierdas, el chute de la euforia te dura para rato así que sigues hasta que te dejas la pasta del alquiler.

Como ves, la euforia te da la imperiosa necesidad de hacer cosas, la energía para hacerlas y cortocircuita tu capacidad para razonar y tener miedos. Es muy habitual que en episodios de euforia te endeudes, hagas tratos estúpidos o incluso, en casos de patología, te creas que puedes volar y lo intentes. Pero no te preocupes que esos casos suelen estar diagnosticados y te habrías dado cuenta.

¿Y qué puedo hacer yo para evitarlo?

Pues aquí va el doble consejo de la semana y que viene a ser el mismo que hemos visto con las otras emociones:

Cuando te domine una emoción, siéntela, disfrútala y no tomes ninguna decisión.

Simplemente disfruta de tu euforia. Pásalo bien. Sal a correr, salta, canta o llama a tu mejor amigo. Pero sobre todo, no tomes ninguna decisión importante. No te compres una casa, tengas un hijo o llames a tu exnovia. Porque créeme, cuando se pase la euforia te vas a arrepentir.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Pena artificial


Hace un tiempo que mis días pasan sin demasiada actividad. Veo que voy haciendo pocas cosas y que éstas no me producen emociones suficientemente fuertes para que salgan. Me pasan cosas un poco tristes pero no suficiente para llorar. Me pasan cosas que me molestan pero no llegan a enfadarme. Y después de un tiempo siento que necesito experimentar estas emociones para liberar el poso acumulado.

Así que hoy he decidido hacer un experimento que rompe un poco con la dinámica de cada semana del blog. Hoy quiero llorar. Hoy voy a jugar a crear una pena artificial que consiga emocionarme. Si te apetece experimentar conmigo, adelante.


La habitación estaba fría como había estado todo el día. Y sin embargo las sábanas estaban empapadas y yo seguía sudando. Después de todo parece que me sentía nerviosa. Habían pasado solo 15 días desde que me dijeron que era maligno. 15 días desde que me dijeron que se había extendido demasiado para poder operarme. 15 días desde que el médico me dijo que me tendría que despedir de lo míos. 15 días desde que, en ese mismo edificio, dos plantas más abajo, balbuceé una pregunta: ¿cuando? 15 días desde que el doctor García me respondió 15 días y empezase la cuenta atrás.

Tenía que reconocer que el doctor había acertado con el número.

- ¿Sólo... Sólo... 15 días...?
- Lo siento...

La respiración se volvió densa. Muy densa. Sólo 15 días... Dos semanas... A penas un rato.

- Tómate tu tiempo para hacerte a la idea.
- ¿Qué tiempo?! ¡Si solo tengo 15 días! - le había gritado.

Siempre pensé que sería fuerte. Que no me derrumbaría. Que si alguna vez me pasaba algo así, lucharía. Que me negaría a aceptar el diagnóstico. Que pediría una segunda opinión. Pero la verdad siempre es más sencilla. Más real.

Me quedé en blanco. Catatónica. Sin fuerzas para responder. Ya había pasado la fase de negación antes de la biopsia. Ya me había rendido. Por primera vez entendí al preso que va a ser fusilado y se queda impasible, sin huir. Cuando la batalla está perdida, solo te queda la resignación.

Después de aquel grito me vestí y salí del hospital casi sin darme cuenta. Si el doctor García me dio algún consejo, yo no lo oí. De hecho no recuerdo haber oído nada hasta mitad de camino. Mi mente se había quedado en ese número. 15. Siempre había sido mi número favorito. La niña bonita. Y ahora mi reloj.

Y de todo eso ya habían pasado 15 días. Por la mañana sonó mi alarma. Empecé a vomitar y a sentir retortijones y automáticamente miré el calendario. Se había acabado mi tiempo. Dicen que lo sabes. Dicen que cuando llega tu hora lo sientes. Pero a mi me pilló de imprevisto.

El viaje en ambulancia había pasado a cámara lenta. En silencio. Los calmantes habían hecho su efecto y todo pareció pararse. Un pequeño respiro. Al entrar en el hospital me llevaron a planta. Juan gritó y discutió con los enfermeros. Quería que me ingresaran en urgencias. Intenté decirle que no hacía falta pero no salió ninguna palabra de mis labios. Estaba muy cansada y apenas pude ver cuando llego el doctor a hablar con él.

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La habitación está muy fría y las sábanas empapadas. Hace apenas 10 minutos que me he despertado y acaba de llegar el doctor.

- ¿Cómo vas? - Intenta sonreír pero no le sale. Supongo que para él también es duro.
- He tenido días mejores. - Yo tampoco puedo sonreír. Supongo que es normal.
- Me ha dicho tu marido que no quieres más calmantes.
- Quiero despedirme de los niños.
- Están fuera esperando.

Los dolores son insoportables pero quiero aguantar. Quiero estar despierta para despedirme de ellos. Quiero disfrutar este último momento con ellos. Quiero darles un beso antes de irme.

Primero entra Juan. Tiene los ojos rojos pero aún no ha llorado. Está siendo fuerte por mi y por los niños. Gracias. Después entran ellos. María corre hasta la cama y se lanza sobre mi. El pinchazo es casi insoportable pero vale la pena. Empieza a hablar y a contarme su día:

- Mira mamá, en el cole nos han dicho que hagamos un dibujo para el día de la madre y yo te he pintado en el jardín. ¡Mira que rosa tan bonita! La seño ha dicho que te lo podía traer al hsopital. Los demás niños se tienen que esperar al domingo para dárselo. ¿Te gusta?

- Oh, es precioso... – Se me escapa una lágrima.- Jorge, ven para aquí.

Él sigue en la puerta, cogiendo la mano de su padre. Sabe lo que pasa. O por lo menos lo intuye. Ya es mayor. Son solo 7 años pero ha entendido que algo va mal. Se acerca despacio.

- Ven cariño. - Juan le sube a la cama. - ¿Qué traes ahí?

- Es un iglú que hemos hecho para el día de la madre.

- ¡Que bonito! - empiezo a moquear. Cada vez me cuesta más aguantar  las lágrimas. Ha llegado el momento… - ¿Sabéis porque habéis venido hoy?

Jorge no dice nada y se queda mirando hacia el suelo. María se queda callada esperando ver qué voy a decir.

- Hoy nos tenemos que despedir.

- ¿Por qué mamá? - Pregunta María.

- Porque me voy a ir al cielo.

- ¿Por qué mamá? – Siempre preguntando.

- Porque me ha llamado la abuelita que necesita mi ayuda.

- ¿Podemos ir contigo? - Miro a Juan y sé que él piensa lo mismo.

- No cariño. Vosotros os tenéis que quedar aquí para ayudarme a cuidar a la abuela Aurora.

- ¡No quiero que te vayas! - Ni yo cariño. Lo pienso pero en vez de palabras me salen lágrimas y abrazo a los dos muy fuerte.

- Te quiero mamá - Me susurran al oído. Noto sus lágrimas en mis mejillas.

Poco a poco se despegan de mí. Entra mi suegro y los coge de la mano. Ellos le acompañan serios. Nunca les había visto tan callados. Por fin nos quedamos solos Juan y yo. Él lleva un rato llorando en silencio. Se sienta en la cama y me besa. Después me abraza y siento como se derrumba. Solloza mientras yo lo abrazo con fuerza. Te voy a echar de menos amor.

Y entonces lo siento. Ha llegado el momento. Siempre pensé que vería imágenes de mi vida pasada o de la que me voy a perder. Pero antes de cerrar los ojos solo veo a mis hijos y mi marido. Después de todo, son lo único que me importa. Los veo crecer, graduarse y casarse. Y una sonrisa sale de mis labios. Sé que estaréis bien. Os estaré observando.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Diálogo emocional


¿Hablas de hechos o emociones?

Muchas veces cuando discutes con otra persona te lías a hablar de los “hechos”. Es que tú has hecho esto que está MAL. Por supuesto, la otra persona dirá que está BIEN. Y como cada uno tiene su punto de vista, será muy difícil llegar a una conclusión común.

Por ejemplo, tu madre te dice que es muy importante desayunar todos los días y tú pasas tres pueblos porque prefieres dormir 5 minutos más. Por más que discutáis, tu madre seguirá diciendo que desayunar te ayuda a estar más despejado (lo cual es completamente cierto) y tu seguirás diciendo que nadie se ha muerto por no desayunar ( lo que también es verdad salvo que tampoco coma ni cene, pero eso ya es otra cosa). Podríais hacer una convención mundial sobre el desayuno ¿pero sabes qué? Da igual a qué conclusión lleguen los científicos de todo el mundo porque la discusión no va de eso. La discusión no va del hecho en sí. La discusión no va de desayunar o no.

La discusión va de la importancia que tiene el tema para cada uno y los sentimientos que genera. La discusión va de que para ella es importante seguir siendo útil como madre y ayudarte a mejorar mientras que para ti lo importante es ser independiente y poder tomar tus propias decisiones. La discusión también va de sentimientos. De cómo tu madre siente que ya no eres un punto de referencia para ella porque no le haces ni puñetero caso y de cómo tu sientes que tu madre no ve que has madurado y menosprecia tu capacidad para salir adelante.

Más allá del ejemplo en concreto, en estas discusiones te centras en los hechos como si fueran una ley. Intentando tener la razón. Buscando expertos en cada lado para que te la den. Pero da igual cuanto rato hables, la otra persona siempre tendrá argumentos para no darte la razón.

Así que esta semana te propongo una vía alternativa de discutir con alguien. Hoy te propongo: el diálogo emocional.

El diálogo emocional consiste en dejar el hecho a un lado y hablar de cómo te sientes y la importancia que tiene para ti. Cambiar el esto es así por esto hace que me sienta así.  Cambiar el tienes que ser más puntual por el hecho de que llegues tarde me hace sentir bastante incómodo.


Como ves, la primera consecuencia es que se acaba la discusión. Si dices tienes que llegar a la hora, tu amigo te contestará que no es médico y que no se va a morir nadie por llegar tarde. Y tendrá razón. Sin embargo, si tu le dices que esperar te sienta mal, es indiscutible porque no hablas del hecho sino de tus sentimientos y tus sentimientos son indiscutibles.

Además, si empiezas a hablar de tus sentimientos empezarás a preguntarte cosas  como ¿cuáles son realmente mis sentimientos? ¿me preocupa la impuntualidad o perder mi tiempo? ¿mi enfado es proporcional al agravio?

Cuando acabes de preguntarte como te sientes tú, te saldrá una duda ¿y el otro como se siente? ¿puede que esta discusión también le siente mal?

Por otro lado, al hablar de tus sentimientos, la otra persona también se empezará a hacer las mismas preguntas.

Como ves, el diálogo emocional se olvida por completo del tema de desayunar o ser puntual y te permite conocer tus sentimientos y los de la otra persona. Y como los sentimientos no están bien ni mal, se acabarán las acusaciones y empezarán las soluciones.

Pero aún queda el punto más importante, ¿qué hacemos con el tema? Al subjetivar el asunto, ya no se trata de si está bien o mal sino de lo que tú quieres para sentirte mejor. Entonces te darás cuenta de que cuando antes decías tienes que llegar puntual porque es lo correcto realmente querías decir por favor, ¿podrías llegar puntual ya que esperar hace que me sienta mal?.

Y eso lleva al último y gran punto del diálogo emocional. Las discusiones sobre el bien y el mal se convierten en peticiones. Tú le pides a otra persona algo que es importante para ti. Así que te invito que te preguntes ¿es realmente importante para mi? ¿es importante para el otro? Y por supuesto no te olvides de una cosa, cuando pides algo a otra persona, tiene el derecho a decirte que no. Pero eso ya será para otra entrada.

¡Prueba el diálogo emocional y me cuentas!

miércoles, 6 de febrero de 2013

Principios de conducción del copiloto


Cuando alguien viene a contarte un problema lo primero que haces es darle tu opinión y muchos consejos que crees que le van a ayudar a solucionarlo. Tu proceso mental es:

Mi colega se siente mal --> La causa de su malestar es un problema  --> Voy a darle soluciones.

Realmente ese pensamiento es muy lógico y se basa en tres principios:

1) La única forma de que se sienta bien es solucionar el problema.
2) Yo conozco la solución al problema.
3) Puedo solucionar el problema sin necesidad de que primero se sienta bien.

Como ya te habrás dado cuenta, estos principios no siempre son ciertos, así que antes de meterte en el berenjenal te propongo que tengas en cuenta estos otros principios, los principios de conducción:


El principio de relatividad:

La velocidad del coche de tu amigo es relativa a la del tuyo igual que la importancia de un problema es relativa a la persona.

Si tu estás parado será muy difícil que tu amigo te oiga desde su coche a 180km/h. De la misma manera, un problema es importante cuando IMPORTA (válgame la redundancia). Eso quiere decir que no hay problema grande ni pequeño en si mismo, sino que los problemas dependen de cómo le sienten a cada uno.

Por eso, si quieres ayudar a tu amigo tendrás que ponerte al lado, a su velocidad, para que te oiga. Si el problema le importa mucho, deberá importarte a ti. Aunque pienses que es una tontería, te invito a que veas lo que le preocupa a tu amigo y que le des la importancia en función de cómo se siente, no del problema en si.


El principio del cliente de taxi:

Para hablar con un taxista, súbete a un taxi.

Por eso mismo, si quieres ayudar a tu amigo no vale con gritarle desde otro coche, tienes que subirte al suyo.  Para entrar en el coche primero tendrás que haberte puesto a su altura (Principio de relatividad) y luego asegurarle que tenéis el mismo objetivo.

Y aquí es dónde está lo complicado: Por muy claro que veas el camino, el objetivo lo tiene que elegir él. Como buen taxista, seguramente sabe de todo y quizás hasta tenga razón, así que si quieres ayudarle escúchale y es posible que te pregunte por tu opinión.


El principio del frenazo:

Si un coche va a 180 km/h y pones marcha atrás para frenarlo lo más probable es que rompas el motor y que el coche empiece a dar vueltas de campana. Así que no solo no frenarás sino que además perderás el control.

Pues con las emociones pasa lo mismo. Cuando alguien te cuenta su problema es muy probable que esté en un momento de emoción intensa.  Seguramente lo verá todo negro sin solución y solo pensará alternativas radicales. Como el coche a 180 km/h dirección al barranco.  Al ver a tu amigo en un pozo tan profundo, lo más normal es que metas la marcha atrás con mil y una soluciones y pensamientos optimistas para ayudarlo pero acabéis discutiendo en vueltas de campana.


El principio de la velocidad punta:

El coche es un Ford Fiesta del 89 con un motor de bicicleta que solo pilla los 180 km/h en bajada, apagando la radio y con  el huracán condor soplando por detrás.  Así que en cuanto acabe la bajada o amaine el huracán, el coche volverá a sus 113km/h.

Las emociones intensas son cortas. Es posible que tu amigo se encuentre muy mal o se ponga muy mal al contártelo, pero en cualquier caso, ese momento de fin del mundo no es algo eterno. Puede que dure una hora, un día o una semana. Pero no es más que su velocidad punta.

Y esa velocidad seguramente se deba al huracán de emociones que no ha podido compartir. Así que escúchale y verás como el viento deja de soplar tan fuerte. No metas mano al volante ni intentes frenar porque ya has visto que os matareis, espera a que aminore un poco.


El principio del copiloto:

Solo se pueden cantar las curvas desde el asiento del copiloto.

Te has puesto a su misma velocidad, has entrado en el coche y has hablado con el esperando a que reduzca. Ya conduce más tranquilo y es posible que ya haya encontrado el camino.

Además, después de tanto rato hablando seguramente te habrá preguntado tu opinión y habrá visto si sabes del tema o no. Si conoces la carretera mejor que él. Y si realmente la conoces, llegará el punto en que te invite a sentarte delante, en el asiento del copiloto, cantando las curvas.

Entonces, solo entonces, podrás darle consejos útiles. Eso si, no te olvides de quién conduce.


Si te conviertes en copiloto, venidme a recoger que estoy cojo.