Hace un tiempo que mis días pasan sin demasiada actividad.
Veo que voy haciendo pocas cosas y que éstas no me producen emociones
suficientemente fuertes para que salgan. Me pasan cosas un poco tristes pero no
suficiente para llorar. Me pasan cosas que me molestan pero no llegan a
enfadarme. Y después de un tiempo siento que necesito experimentar estas
emociones para liberar el poso acumulado.
Así que hoy he decidido hacer un experimento que rompe un
poco con la dinámica de cada semana del blog. Hoy quiero llorar. Hoy voy a
jugar a crear una pena artificial que consiga emocionarme. Si te apetece
experimentar conmigo, adelante.
La habitación estaba fría como había estado todo el día. Y
sin embargo las sábanas estaban empapadas y yo seguía sudando. Después de todo
parece que me sentía nerviosa. Habían pasado solo 15 días desde que me dijeron
que era maligno. 15 días desde que me dijeron que se había extendido demasiado
para poder operarme. 15 días desde que el médico me dijo que me tendría que
despedir de lo míos. 15 días desde que, en ese mismo edificio, dos plantas más
abajo, balbuceé una pregunta: ¿cuando? 15 días desde que el doctor García me
respondió 15 días y empezase la
cuenta atrás.
Tenía que reconocer que el doctor había acertado con el
número.
- ¿Sólo... Sólo... 15 días...?
- Lo siento...
La respiración se volvió densa. Muy densa. Sólo 15 días...
Dos semanas... A penas un rato.
- Tómate tu tiempo para hacerte a la idea.
- ¿Qué tiempo?! ¡Si solo tengo 15 días! - le había gritado.
Siempre pensé que sería fuerte. Que no me derrumbaría. Que
si alguna vez me pasaba algo así, lucharía. Que me negaría a aceptar el
diagnóstico. Que pediría una segunda opinión. Pero la verdad siempre es más
sencilla. Más real.
Me quedé en blanco. Catatónica. Sin fuerzas para responder.
Ya había pasado la fase de negación antes de la biopsia. Ya me había rendido.
Por primera vez entendí al preso que va a ser fusilado y se queda impasible,
sin huir. Cuando la batalla está perdida, solo te queda la resignación.
Después de aquel grito me vestí y salí del hospital casi sin
darme cuenta. Si el doctor García me dio algún consejo, yo no lo oí. De hecho
no recuerdo haber oído nada hasta mitad de camino. Mi mente se había quedado en
ese número. 15. Siempre había sido mi número favorito. La niña bonita. Y ahora
mi reloj.
Y de todo eso ya habían pasado 15 días. Por la mañana sonó
mi alarma. Empecé a vomitar y a sentir retortijones y automáticamente miré el
calendario. Se había acabado mi tiempo. Dicen que lo sabes. Dicen que cuando
llega tu hora lo sientes. Pero a mi me pilló de imprevisto.
El viaje en ambulancia había pasado a cámara lenta. En
silencio. Los calmantes habían hecho su efecto y todo pareció pararse. Un
pequeño respiro. Al entrar en el hospital me llevaron a planta. Juan gritó y
discutió con los enfermeros. Quería que me ingresaran en urgencias. Intenté
decirle que no hacía falta pero no salió ninguna palabra de mis labios. Estaba
muy cansada y apenas pude ver cuando llego el doctor a hablar con él.
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La habitación está muy fría y las sábanas empapadas. Hace
apenas 10 minutos que me he despertado y acaba de llegar el doctor.
- ¿Cómo vas? - Intenta sonreír pero no le sale. Supongo que
para él también es duro.
- He tenido días mejores. - Yo tampoco puedo sonreír.
Supongo que es normal.
- Me ha dicho tu marido que no quieres más calmantes.
- Quiero despedirme de los niños.
- Están fuera esperando.
Los dolores son insoportables pero quiero aguantar. Quiero
estar despierta para despedirme de ellos. Quiero disfrutar este último momento
con ellos. Quiero darles un beso antes de irme.
Primero entra Juan. Tiene los ojos rojos pero aún no ha
llorado. Está siendo fuerte por mi y por los niños. Gracias. Después entran
ellos. María corre hasta la cama y se lanza sobre mi. El pinchazo es casi
insoportable pero vale la pena. Empieza a hablar y a contarme su día:
- Mira mamá, en el cole nos han dicho que hagamos un dibujo
para el día de la madre y yo te he pintado en el jardín. ¡Mira que rosa tan
bonita! La seño ha dicho que te lo podía traer al hsopital. Los demás niños se
tienen que esperar al domingo para dárselo. ¿Te gusta?
- Oh, es precioso... – Se me escapa una lágrima.- Jorge, ven
para aquí.
Él sigue en la puerta, cogiendo la mano de su padre. Sabe lo
que pasa. O por lo menos lo intuye. Ya es mayor. Son solo 7 años pero ha
entendido que algo va mal. Se acerca despacio.
- Ven cariño. - Juan le sube a la cama. - ¿Qué traes ahí?
- Es un iglú que hemos hecho para el día de la madre.
- ¡Que bonito! - empiezo a moquear. Cada vez me cuesta más
aguantar las lágrimas. Ha llegado
el momento… - ¿Sabéis porque habéis venido hoy?
Jorge no dice nada y se queda mirando hacia el suelo. María
se queda callada esperando ver qué voy a decir.
- Hoy nos tenemos que despedir.
- ¿Por qué mamá? - Pregunta María.
- Porque me voy a ir al cielo.
- ¿Por qué mamá? – Siempre preguntando.
- Porque me ha llamado la abuelita que necesita mi ayuda.
- ¿Podemos ir contigo? - Miro a Juan y sé que él piensa lo
mismo.
- No cariño. Vosotros os tenéis que quedar aquí para
ayudarme a cuidar a la abuela Aurora.
- ¡No quiero que te vayas! - Ni yo cariño. Lo pienso pero en
vez de palabras me salen lágrimas y abrazo a los dos muy fuerte.
- Te quiero mamá - Me susurran al oído. Noto sus lágrimas en
mis mejillas.
Poco a poco se despegan de mí. Entra mi suegro y los coge de
la mano. Ellos le acompañan serios. Nunca les había visto tan callados. Por fin
nos quedamos solos Juan y yo. Él lleva un rato llorando en silencio. Se sienta
en la cama y me besa. Después me abraza y siento como se derrumba. Solloza
mientras yo lo abrazo con fuerza. Te voy a echar de menos amor.
Y entonces lo siento. Ha llegado el momento. Siempre pensé
que vería imágenes de mi vida pasada o de la que me voy a perder. Pero antes de
cerrar los ojos solo veo a mis hijos y mi marido. Después de todo, son lo único
que me importa. Los veo crecer, graduarse y casarse. Y una sonrisa sale de mis
labios. Sé que estaréis bien. Os estaré observando.
Que gran favor se ha hecho y ha hecho a sus seres queridos. No hace mucho mi suegra murió de cáncer, no le asustaba la muerte, si la enfermedad. Y decía: "si no fuera por este maldito dolor, estaria bien. Quiero que disfrutéis de mi un tiempo y luego marcharme si lo mío no tiene solución" Cuidarla fue un privilegio, todos los días me decía algo bonito sobre lo que sentía gracias a nuestros cuidados y el día que se marchó porque tuvieron que sedarla, sus ultimas palabras fueron. "Me quedo en la gloria". Supo vivir y morir disfrutando al máximo y siendo consciente de las cosas en lugar de evitarlas o negarlas. Para mi todo un ejemplo de sabiduría. Y jolín Alex, eres igual de bueno para hacer reir que llorar. Eso es gestión emocional, y tú, un maestro.
ResponderEliminarGracias por compartir la experiencia Mamen. Yo he creado una pena artificial pero esto es la realidad de muchas personas y es admirable como se enfrentó a ello tu suegra. Un abrazo muy fuerte!
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