Muchas veces necesitas que una persona que no te conoce de
nada te ayude en algo, ya sea hacer tu trabajo, comprar el pan o darte un poco
de cariño. Para eso, le pides que confíe en ti, que no se hará daño si te
ayuda. Esta persona, que no te
conoce demasiado, tiene que hacer un acto de fe y creérselo. Acto de fe que
será más o menos difícil dependiendo de lo que pidas; no es lo mismo decir que
te llevas una barra de pan y ya la pagarás mañana que llevarte un Ferrari.
También depende de sus propias experiencias. Si en el barrio todo el mundo se
lleva la barra de pan y después nadie le paga, no creo que te deje marchar por
mucho que el pan solo cueste 50 céntimos. Pero lo que realmente importa es lo
que tú transmites. Esa sensación hecha de mil pequeñas cosas que le dice a la
otra persona: si, soy buena gente, confía en mí. ¿Pero cómo puedes crear tú esa
sensación? El otro día en una conferencia Pablo Adán compartió un truquillo que
creo que puede ser muy útil: si les digo a los demás que soy como pueden comprobar
que soy, genero confianza. La idea es tan sencilla como potente. La confianza
no es más que asumir de que una persona actuará de una determinada manera en
una situación, es como hacer una apuesta. Como en una partida de póker, tu
interlocutor estará atento a todo lo que haces para anticiparse. Mirará si
sudas o si te sale algún tic en el ojo para evitar que le saques todo el
dinero. Lo que pasa es que en este caso no le quieres sacar el dinero, no
estáis en equipos contrarios sino en el mismo bando. Así que si le quieres
demostrar que no vas de farol, enséñale tus cartas. Dale información que pueda
comprobar y que sea coherente con lo que le has explicado. Dile a la panadera
que eres el sobrino de Paquita, la señora que compra dos panes de medio cada día.
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