Esta semana quiero jugar a los cazadores
de mitos en la categoría “mitos de las emociones”. Concretamente quiero cazar
un mito muy extendido y que no ayuda demasiado a ser feliz: existen las
emociones buenas y malas. Como no tengo un equipo de americanos chiflados como
el del programa de la tele, me voy a tener que conformar con desmontar el mito
a base de palabros y esperar que te lo creas.
Pues al lío. No hay emociones buenas o
malas, hay emociones. Si le preguntas a cualquier persona al azar qué emociones
conoce, seguramente te va a mirar como a un ruso que le pregunte por una tienda
de vodka. Y es que esto de las emociones no se estudia en el cole y lo vamos
aprendiendo a trompicones. Alegría, pena, miedo… ¿te sabes más? ¡Da igual, no
es un examen! El caso es que sabemos más bien poquillo de las emociones pero
hay una cosa en que la mayoría coinciden, hay emociones buenas y emociones
malas. La pena es mala, la alegría es buena, el enfado es malo, el amor es
bueno… y así con todas. ¿Cómo haces esa clasificación? Pues en general llamamos
“malas” a las emociones que vienen de la mano de un problema. La tristeza
aparece con una pérdida, el miedo cuando detectas una amenaza y la rabia cuando
vives un conflicto. De hecho, estas emociones están tan ligadas a los problemas
que te sirven para confirmar que te pasa algo malo. No te das cuenta de lo mal
que estás hasta que lloras. Como nadie te ha enseñado a manejar las emociones,
crees que si consigues no llorar, el problema no será tan grave, si no lloro no
es para tanto. Así, sin darte cuenta, empiezas a contener el llanto y a
bloquear esas emociones “negativas”. Esto no es muy bueno, ni muy sano y ni
siquiera es práctico porque estas emociones que llamamos malas tienen una
función muy importante y, al bloquearlas, no las estás dejando trabajar.
¿Cuál es su función? Las emociones sirven
para ayudarte a sobrevivir. Aquí dónde nos leyendo por internet con nuestro smartphone,
los seres humanos éramos monos hasta hace dos días. Eso de ser un mono era muy
peligroso, cuando no te comía un tigre te mataba una seta venenosa, así que
nuestro cerebro primitivo se inventó una emoción para cada ocasión. El asco
para que no te vuelvas a llevar a la boca algo que no te sentó bien, el miedo
para salir por patas ante un peligro, la alegría para darte energía para seguir
haciendo aquello que es bueno para ti, etc… Un buen sistema en el que cada
emoción tiene su función lo que desmonta nuestro mito: cualquier emoción te
puede ayudar i por tanto todas pueden ser buenas. El problema es que nuestro
coco es como Internet Explorer y va algo retrasado con las actualizaciones así
que las emociones aún no se han adaptado a la vida en la ciudad y no siempre
funcionan como deberían. El miedo, que en la selva te servía para huir de
cualquier depredador, no parece muy práctico cuando tienes que dar una
conferencia. Por eso hasta las emociones que llamamos “buenas” te pueden
perjudicar mucho, y sino pregúntale al que se gasta su sueldo jugando a la
ruleta en medio de un subidón.
Así que, volviendo al mito, si me
preguntas yo te diré que no hay emociones buenas ni emociones malas, cada una
tiene su función y lo que tienes que ver es si te sirve o no te sirve.
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