miércoles, 23 de enero de 2013

Lo perfecto es enemigo de lo bueno


“Lo perfecto es enemigo de lo bueno” me decía una persona con la que tuve ocasión de trabajar. En ese entonces veía que la frase tenía sentido pero no ha sido hasta ahora que he visto todo lo que implica de verdad. Así que este miércoles te dedico la entrada.

Hay gente muy propensa a los arrebatos perfeccionistas y necesita que sus calcetines estén ordenados mirando a la Meca y hay gente que parece que todo le da igual. Pero al final creo que todos tenemos ese momento de perfeccionismo persecutorio.

Seguro que alguna vez te ha invadido esa necesidad imperiosa de hacer que algo quede perfecto. Tú casa antes de una fiesta, una presentación importante o el restaurante de tu primera cita. En esos momentos, lo bueno no es suficiente. Tiene que estar mejor. Tiene que estar impoluto. Tiene que ser perfecto. Así que te pones a ello.

Lo que pasa es que perfecto quiere decir que no se puede mejorar, y creo que no hay cosa en el mundo que no se pueda mejorar (bueno, quizás los macarrones de mi abuela, pero ya está). Y aquí empieza el problema.

Lo primero que suele pasar es que te centras en todos los detalles posibles (de eso va la perfección) pero tienes que dedicarle mucho tiempo a cada uno para conseguir que todos estén perfectos (como ves estoy decidido a gastar la palabra) Así pasa el tiempo y de pronto te das cuenta de que no has avanzado nada. Solo has conseguido que una esquinita esté perfecta (otra vez) pero el resto de la mesa sigue sin poner.

Otra cosa habitual es que te centres en conseguir todas las herramientas necesarias para que quede perfecto. Vas a decorar la mesa con estrellitas y tienes que ir a buscar cartulina dorada por toda la ciudad, después un taladro de estrellas, después purpurina mágica…

Total, que después de todo el día, llegan tus invitados a casa y sigue la mesa sin poner. En el mejor de los casos, a última hora has conseguido tirar los platos y las copas y han quedado encima de la mesa. Pero digamos que no es tu mejor trabajo. Eso si, ¡qué estrellitas! Y así es como la obsesión para que quede perfecto ha hecho que al final no quede ni bien.

Son muchas las razones que te pueden convertir en perfeccionista ya sea tu pasado o porque el hecho en cuestión te importa mucho. Y para ahondar en este tema te recomiendo un proceso de coaching (¡elígeme!) o terapia (todo lo mal que suena es lo bien que va). Pero pa no dejarte con la angustia, esta semana comparto un truquillo que te ayudará a conseguir lo bueno y quizás un poco más: empieza la casa por los cimientos.

Parece obvio. Es obvio. Pero hay que hacerlo. Como he dicho, el perfeccionismo se centra demasiado en los detalles (el tejado) y olvida lo importante (los cimientos), por eso es enemigo de lo bueno. Así  que arremángate porque vamos a construir:

1. El plano

Antes de empezar a hacer algo es importante tener claro cuál es el objetivo. ¿Qué quieres con eso? ¿Qué es lo más importante? Si estás preparando una cena en casa lo importante es poder cenar, ¿no? Si se trata de una presentación, lo importante es que diga lo que tienes que decir.

2. Cimientos

Ahora que ya sabes qué es lo importante, ya puedes empezar a construir poniendo los cimientos. Los cimientos son todas aquellas cosas básicas para conseguir el objetivo. Si vas a hacer una cena asegúrate que tienes un primer plato, un segundo, postre, mantel, bajilla y cubiertos. Estas cosas son imprescindibles. Sin ellas no tienes cena. Así que lo primero es conseguirlas y ponerlas.

Es posible que en este punto te dé un brote perfeccionista y te vuelvas loco buscando un mantel. Y aquí viene una de las claves de los cimientos, son para aguantar la casa. Es verdad que el cemento visto es más feo que un orco con viruela, pero lo importante es que aguante la casa. Luego ya tendrás ocasión de revestirlos con yeso y de pintarlos bonitos.

Así que antes de ponerte a buscar el mantel perfecto, pon el mantel que ya tienes en casa. Después, si te sobra tiempo, ya irás a comprar otro y lo cambiarás.

Si lo que estás haciendo es preparar una presentación. Esos cimientos son todos los datos básicos que tienes que decir sí o sí en la presentación. Además de un diseño mínimo para que se pueda presentar delante de tu público. Deja los datos extra, las tablas y gráficos para una segunda tanda.

La idea de este paso es conseguir que si de pronto te quedas sin tiempo, te asegures que tienes lo más importante hecho.

3. Techo y paredes

Una vez ya tienes todo lo básico, ya puedes empezar a poner paredes. Ya te has asegurado que tienes la pierna de cordero para el segundo plato y aún te sobra tiempo, pues haz unas zanahorias y unas patatas como guarnición.  Añade algunos gráficos a la presentación y arregla un poco el diseño.

Asi, podrás decir que has hecho algo que es bueno. Enhorabuena (válgame la redundancia).

4. Decoración

Y ahora si puedes dar rienda suelta al perfeccionista que llevas dentro. Es el momento de añadir la guinda al pastel, las estrellas al mantel y los vídeos a la presentación.

Ahora podrás dedicarte a ello con la tranquilidad de que la casa ya está construida. Lo único que te recomiendo es que cada nuevo detalle también lo dividas en cimientos, techo y paredes y decoración.

5. Disfruta

Lo más importante de todo es disfrutar. Normalmente cuando te invade el perfeccionismo es porque lo que estás haciendo te importa y tiene que salir bien. Al empezar la casa por los cimientos, puedes estar tranquilo/a porque ya te has asegurado que está bien. Has aprobado. Vas a conseguir tu objetivo. Todo lo que haces de más puede sumar pero piensa que tu objetivo ya estará conseguido. Así que disfruta del camino.


Es posible que todo esto no te haga menos perfeccionista pero por lo menos te asegurarás de que lo perfecto no sea enemigo de lo bueno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario