“Lo perfecto es enemigo de lo bueno” me decía una persona
con la que tuve ocasión de trabajar. En ese entonces veía que la frase tenía
sentido pero no ha sido hasta ahora que he visto todo lo que implica de verdad.
Así que este miércoles te dedico la entrada.
Hay gente muy propensa a los arrebatos perfeccionistas y
necesita que sus calcetines estén ordenados mirando a la Meca y hay gente que
parece que todo le da igual. Pero al final creo que todos tenemos ese momento
de perfeccionismo persecutorio.
Seguro que alguna vez te ha invadido esa necesidad imperiosa
de hacer que algo quede perfecto. Tú casa antes de una fiesta, una presentación
importante o el restaurante de tu primera cita. En esos momentos, lo bueno no
es suficiente. Tiene que estar mejor. Tiene que estar impoluto. Tiene que ser
perfecto. Así que te pones a ello.
Lo que pasa es que perfecto quiere decir que no se puede
mejorar, y creo que no hay cosa en el mundo que no se pueda mejorar (bueno,
quizás los macarrones de mi abuela, pero ya está). Y aquí empieza el problema.
Lo primero que suele pasar es que te centras en todos los
detalles posibles (de eso va la perfección) pero tienes que dedicarle mucho
tiempo a cada uno para conseguir que todos estén perfectos (como ves estoy
decidido a gastar la palabra) Así pasa el tiempo y de pronto te das cuenta de
que no has avanzado nada. Solo has conseguido que una esquinita esté perfecta
(otra vez) pero el resto de la mesa sigue sin poner.
Otra cosa habitual es que te centres en conseguir todas las
herramientas necesarias para que quede perfecto. Vas a decorar la mesa con
estrellitas y tienes que ir a buscar cartulina dorada por toda la ciudad,
después un taladro de estrellas, después purpurina mágica…
Total, que después de todo el día, llegan tus invitados a
casa y sigue la mesa sin poner. En el mejor de los casos, a última hora has
conseguido tirar los platos y las copas y han quedado encima de la mesa. Pero
digamos que no es tu mejor trabajo. Eso si, ¡qué estrellitas! Y así es como la
obsesión para que quede perfecto ha hecho que al final no quede ni bien.
Son muchas las razones que te pueden convertir en
perfeccionista ya sea tu pasado o porque el hecho en cuestión te importa mucho.
Y para ahondar en este tema te recomiendo un proceso de coaching (¡elígeme!) o
terapia (todo lo mal que suena es lo bien que va). Pero pa no dejarte con la
angustia, esta semana comparto un truquillo que te ayudará a conseguir lo bueno
y quizás un poco más: empieza la casa por los cimientos.
Parece obvio. Es obvio. Pero hay que hacerlo. Como he dicho,
el perfeccionismo se centra demasiado en los detalles (el tejado) y olvida lo
importante (los cimientos), por eso es enemigo de lo bueno. Así que arremángate porque vamos a
construir:
1. El plano
Antes de empezar a hacer algo es importante tener claro cuál
es el objetivo. ¿Qué quieres con eso? ¿Qué es lo más importante? Si estás
preparando una cena en casa lo importante es poder cenar, ¿no? Si se trata de
una presentación, lo importante es que diga lo que tienes que decir.
2. Cimientos
Ahora que ya sabes qué es lo importante, ya puedes empezar a
construir poniendo los cimientos. Los cimientos son todas aquellas cosas
básicas para conseguir el objetivo. Si vas a hacer una cena asegúrate que
tienes un primer plato, un segundo, postre, mantel, bajilla y cubiertos. Estas
cosas son imprescindibles. Sin ellas no tienes cena. Así que lo primero es
conseguirlas y ponerlas.
Es posible que en este punto te dé un brote perfeccionista y
te vuelvas loco buscando un mantel. Y aquí viene una de las claves de los
cimientos, son para aguantar la casa. Es verdad que el cemento visto es más feo
que un orco con viruela, pero lo importante es que aguante la casa. Luego ya
tendrás ocasión de revestirlos con yeso y de pintarlos bonitos.
Así que antes de ponerte a buscar el mantel perfecto, pon el
mantel que ya tienes en casa. Después, si te sobra tiempo, ya irás a comprar
otro y lo cambiarás.
Si lo que estás haciendo es preparar una presentación. Esos
cimientos son todos los datos básicos que tienes que decir sí o sí en la
presentación. Además de un diseño mínimo para que se pueda presentar delante de
tu público. Deja los datos extra, las tablas y gráficos para una segunda tanda.
La idea de este paso es conseguir que si de pronto te quedas
sin tiempo, te asegures que tienes lo más importante hecho.
3. Techo y paredes
Una vez ya tienes todo lo básico, ya puedes empezar a poner
paredes. Ya te has asegurado que tienes la pierna de cordero para el segundo
plato y aún te sobra tiempo, pues haz unas zanahorias y unas patatas como
guarnición. Añade algunos gráficos
a la presentación y arregla un poco el diseño.
Asi, podrás decir que has hecho algo que es bueno.
Enhorabuena (válgame la redundancia).
4. Decoración
Y ahora si puedes dar rienda suelta al perfeccionista que llevas
dentro. Es el momento de añadir la guinda al pastel, las estrellas al mantel y
los vídeos a la presentación.
Ahora podrás dedicarte a ello con la tranquilidad de que la
casa ya está construida. Lo único que te recomiendo es que cada nuevo detalle también
lo dividas en cimientos, techo y paredes y decoración.
5. Disfruta
Lo más importante de todo es disfrutar. Normalmente cuando
te invade el perfeccionismo es porque lo que estás haciendo te importa y tiene
que salir bien. Al empezar la casa por los cimientos, puedes estar tranquilo/a
porque ya te has asegurado que está bien. Has aprobado. Vas a conseguir tu
objetivo. Todo lo que haces de más puede sumar pero piensa que tu objetivo ya
estará conseguido. Así que disfruta del camino.
Es posible que todo esto no te haga menos perfeccionista
pero por lo menos te asegurarás de que lo perfecto no sea enemigo de lo bueno.
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