La entrada de hoy se la quiero dedicar a todos los amigos de barrio, aquellas personas que solo conoces de encontrártelas por el barrio. Y quiero dedicarla muy especialmente a las amigas de la farmacia de Prat de la Riba que siempre me atienden con una sonrisa de oreja a oreja.
Como dirían Les Luthiers “en la ciudad vivimos alienados porque se ha lienado de gente”, vamos, que cada uno va a su bola. Parece que cuanto más grande es la ciudad donde vivimos, más desconectados estamos los unos de los otros. En el pueblo te sabes el nombre de la carnicera pero en Nueva York no saludas ni al vecino de enfrente. Es cierto que la carnicera del pueblo, Paquita, seguramente es tu tía, amiga de tu abuela o la madre de Pepe con el que juegas cada tarde. Así que si, es más fácil que la conozcas. Pero he observado un par de fenómenos. El primero es que lo que consideras gran ciudad no depende del tamaño de la ciudad a la que llegas sino del tamaño de la ciudad de la que vienes. Por ejemplo, para alguien de Tarragona la ciudad grande será Barcelona y para alguien de Barcelona, Nueva York. Sentimos que nuestra ciudad era más acogedora y que era más fácil conocer gente que en la selva a la que nos hemos trasladado, pero te lanzo una idea: ¿y si resulta que conocías más gente porque llevabas viviendo allí muchos años? El segundo fenómeno lo aprendí en mi estancia en Madrid: no importa lo grande que sea la ciudad, tú vida es al lado de tu casa, al lado de tu trabajo y un par de sitios del centro a los que vas de vez en cuando. Si cuentas esta superficie en metros cuadrados, da igual que vivas en Madrid, Tarragona o en Ciudad de México, el trozo de suelo que pisas es igual de grande y acabas yendo a la misma carnicera dos veces por semana. Y aquí es cuando tienes la ocasión de practicar el barring. Es cierto que la carnicera no es la madre de ningún colega ni compartes consanguineidad o afinidad en ningún grado, pero después de haber comprado media docena de veces estoy seguro de que os reconocéis mutuamente si os encontráis por la calle. Ante eso tienes dos opciones, seguir a tu bola o saludar con una sonrisa. No hace falta dar una abrazo ni preguntar por sus hijos, solo con saludarla con una sonrisa y ella te conteste ya empezaréis a ser amigos de barrio. Si haces esto con el del quiosco, la panadera, el de la ferretería… poco a poco verás que tu barrio se va volviendo más acogedor y te sientes como en casa. Y no solo lo puedes hacer con la gente de las tiendas, te invito que sonrías también a aquella persona con la que te cruzas cada día, quien sabe lo que puede pasar. Practicando el barring conocí a Montse que ahora es una buena amiga y aprovecho para enviarle un abrazo. ¿Tú a qué esperas para empezar?
Como dirían Les Luthiers “en la ciudad vivimos alienados porque se ha lienado de gente”, vamos, que cada uno va a su bola. Parece que cuanto más grande es la ciudad donde vivimos, más desconectados estamos los unos de los otros. En el pueblo te sabes el nombre de la carnicera pero en Nueva York no saludas ni al vecino de enfrente. Es cierto que la carnicera del pueblo, Paquita, seguramente es tu tía, amiga de tu abuela o la madre de Pepe con el que juegas cada tarde. Así que si, es más fácil que la conozcas. Pero he observado un par de fenómenos. El primero es que lo que consideras gran ciudad no depende del tamaño de la ciudad a la que llegas sino del tamaño de la ciudad de la que vienes. Por ejemplo, para alguien de Tarragona la ciudad grande será Barcelona y para alguien de Barcelona, Nueva York. Sentimos que nuestra ciudad era más acogedora y que era más fácil conocer gente que en la selva a la que nos hemos trasladado, pero te lanzo una idea: ¿y si resulta que conocías más gente porque llevabas viviendo allí muchos años? El segundo fenómeno lo aprendí en mi estancia en Madrid: no importa lo grande que sea la ciudad, tú vida es al lado de tu casa, al lado de tu trabajo y un par de sitios del centro a los que vas de vez en cuando. Si cuentas esta superficie en metros cuadrados, da igual que vivas en Madrid, Tarragona o en Ciudad de México, el trozo de suelo que pisas es igual de grande y acabas yendo a la misma carnicera dos veces por semana. Y aquí es cuando tienes la ocasión de practicar el barring. Es cierto que la carnicera no es la madre de ningún colega ni compartes consanguineidad o afinidad en ningún grado, pero después de haber comprado media docena de veces estoy seguro de que os reconocéis mutuamente si os encontráis por la calle. Ante eso tienes dos opciones, seguir a tu bola o saludar con una sonrisa. No hace falta dar una abrazo ni preguntar por sus hijos, solo con saludarla con una sonrisa y ella te conteste ya empezaréis a ser amigos de barrio. Si haces esto con el del quiosco, la panadera, el de la ferretería… poco a poco verás que tu barrio se va volviendo más acogedor y te sientes como en casa. Y no solo lo puedes hacer con la gente de las tiendas, te invito que sonrías también a aquella persona con la que te cruzas cada día, quien sabe lo que puede pasar. Practicando el barring conocí a Montse que ahora es una buena amiga y aprovecho para enviarle un abrazo. ¿Tú a qué esperas para empezar?
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